La (des)regulación política de la economía de mercado: Del liberalismo económico al neoliberalismo

César Ruiz Sanjuán
Universidad Complutense de Madrid

Volume 10, 2016


1. Introducción

Los mercados han existido en prácticamente todas las sociedades históricas, pero la institución de la economía de mercado es un fenómeno histórico muy tardío, cuya emergencia se puede datar a mediados del siglo XIX. Fue en Inglaterra donde que se originó el proceso que dio lugar al libre mercado, y desde aquí se fue extendiendo progresivamente a otros países occidentales. En las sociedades anteriores los mercados estaban integrados en estructuras sociales que controlaban su funcionamiento y establecían límites a los efectos destructivos que pudieran tener sobre la cohesión social. Esta situación se vio transformada por el experimento de ingeniería social que tuvo lugar en la sociedad inglesa decimonónica, cuyo fin era crear un gran mercado autorregulado en el que los precios de todos los bienes, incluyendo el trabajo y la tierra, fueran determinados por el mecanismo de oferta y demanda, independientemente de las necesidades sociales y de los costes humanos que ello pudiera acarrear a la sociedad. Este experimento del liberalismo económico produjo unos enormes trastornos sociales y políticos y una inestabilidad económica de una gran magnitud.

La doctrina del laissez-faire, que sostenía que el mercado era capaz de autorregularse y encontrar su equilibrio si no intervenían factores externos, puso de manifiesto con toda claridad la radical incompatibilidad de la economía de mercado y la estabilidad social. Durante su momento de apogeo en la época victoriana, los estragos causados por el libre mercado en el tejido social dieron lugar a movimientos sociales y políticos que contuvieron su potencial destructividad, moderando con ello el impacto sobre las instituciones que garantizaban la estabilidad de la sociedad. A pesar del carácter paliativo de estas medidas, el orden económico liberal dio signos de agotamiento a comienzos del siglo XX, pero la Primera Guerra Mundial permitió diferir en el tiempo su colapso definitivo, que se pudo sostener hasta 1929 con ayuda del sistema crediticio internacional. Estos créditos generaron una situación de sobreconsumo, y el capital no pudo responder a largo plazo a esta demanda creciente. Esta aumentó así a lo largo de los años veinte apoyada en el crédito internacional, hasta que finalmente el sistema económico quedó sumido en una crisis irreversible en los años treinta. La magnitud de la crisis puso de manifiesto de manera inapelable la inestabilidad constitutiva del sistema de libre mercado, que se vio abocado a una situación de caos social incontrolable de la que emergieron los regímenes totalitarios.[1]

Fueron necesarias dos Guerras Mundiales para que se renunciara definitivamente al orden internacional liberal y se impusieran fórmulas de intervención estatal en la economía de corte keynesiano, que hicieron posible la prosperidad económica y la estabilidad política del período de posguerra. Las políticas económicas keynesianas dieron lugar al Estado Social, que se desarrollará en los principales países occidentales hasta la crisis de mediados de la década de 1970. A partir de aquí, las políticas económicas que comenzarán a aplicarse desde principios de los años ochenta suponen el progresivo desmantelamiento del Estado Social. Empieza a imponerse entonces una nueva versión de las concepciones económicas que habían imperado antes de los años treinta, y que bajo el nombre de neoliberalismo se convierte en la doctrina económica y política que domina de manera casi indiscutida en el mundo occidental.[2]

Lo que se encuentra en la agenda histórica del neoliberalismo no es otra cosa que una variante del experimento de ingeniería social que tuvo lugar en la segunda mitad del siglo XIX. Este proceso tiene en Estados Unidos el eje central de la ortodoxia neoliberal, con organizaciones transnacionales como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial o la Organización Mundial del Comercio como punta de lanza de esta transformación. Su objetivo es la creación del libre mercado global, en cuyo crisol se quieren fundir los diversos sistemas económicos existentes. Con ello se está generando nuevamente un profundo proceso de desintegración social, con enormes costes humanos y un constante aumento de las desigualdades, lo que va laminando progresivamente las instituciones de las que depende la cohesión de la sociedad.[3]

2. La falacia económica y la construcción política del libre mercado

Para comprender la lógica de esta dinámica de destrucción social es preciso analizar el proceso de construcción política del libre mercado, esto es, el proceso a través del cual el libre mercado, a diferencia de lo que sostiene el liberalismo económico, es generado a partir de la intervención de las instancias políticas en el ámbito de la economía. Me basaré para ello en algunos de los conceptos fundamentales del pensamiento de Karl Polanyi, y trataré de poner de manifiesto que su crítica al liberalismo económico clásico resulta plenamente aplicable a los planteamientos centrales del pensamiento neoliberal.

Polanyi formula el concepto de falacia económica para deshacer la ilusión del pensamiento liberal de que el surgimiento del libre mercado es resultado de un proceso natural, que se activa tan pronto como las instancias políticas se inhiben de toda forma de intervención en la economía.[4] Distingue para ello entre dos significados del término económico. Por un lado, el significado sustantivo, que se refiere al metabolismo del hombre con la naturaleza para hacer posible la reproducción social, y que es algo que ha existido en todas las sociedades históricas. Por otro lado, el significado formal, que se refiere al uso óptimo de los medios alternativos para alcanzar determinados fines en una situación de escasez, y que surge con los teóricos de la sociedad de mercado. A partir de esta distinción desarrolla Polanyi su crítica al liberalismo económico. Lo que denomina falacia económica consiste en la identificación de la economía humana en términos sustantivos con el sentido formal de la economía, esto es, con su forma de mercado. La economía neoclásica se constituyó a partir del significado formal, y el significado sustantivo quedó desterrado del pensamiento económico, lo que hizo que la falacia económica adquiriera la solidez de un prejuicio inquebrantable. El objeto de estudio de los economistas dejó de tener en cuenta la cuestión de la satisfacción de las necesidades materiales y se centró en la cuestión del comportamiento maximizador de los individuos en el uso alternativo de medios escasos.

La ambigüedad del término “economía” facilita este desplazamiento conceptual que está en la base de la falacia económica. La economía en general consiste en una interacción institucionalizada entre el hombre y la naturaleza para satisfacer sus necesidades materiales. Evidentemente todas las sociedades históricas han requerido una determinada forma de esta economía sustantiva para poder subsistir. Pero la institución del mercado, que viene determinada por el mecanismo de oferta y demanda, así como por un sistema de formación de precios derivado del mismo, es algo relativamente reciente en la historia de la humanidad. Reducir la esfera de lo económico al mercado, tal y como hace el liberalismo económico, es proyectar sobre la historia del hombre una institución moderna, que borra las diferencias entre las diversas sociedades históricas y permite, en última instancia, legitimar los mecanismos de funcionamiento de la sociedad capitalista como adaptados a la naturaleza del hombre.[5] Como observa Marx en un contexto teórico similar, esto proporciona a los economistas la posibilidad de “introducir subrepticiamente las relaciones burguesas como leyes naturales inmutables de la sociedad in abstracto”.[6]

El mecanismo oferta-demanda-precio es lo que se encuentra en la base del concepto de “ley económica”, al que los economistas liberales le dieron los caracteres de una ley natural independiente de los hombres, a la que estos se encuentran inexorablemente sometidos y que establece sus posibilidades de acción. La institución del mercado, que determinó la esfera de lo económico y dio origen a la economía de mercado, siguió desarrollando su influencia sobre el resto de las instituciones sociales, hasta generar la aberración de una sociedad entera engullida por el mecanismo del mercado. Esto es lo que Polanyi califica propiamente como sociedad de mercado.

Esta transformación marcó una ruptura radical con todas las anteriores sociedades históricas. La mayor parte de estas habían conocido los mercados aislados, que se encontraban integrados en instituciones sociales establecían sus reglas de funcionamiento. Ahora el mercado quedaba desprendido de dichas instituciones y se convertía en un mecanismo autorregulado. Lo que hizo posible esta transformación fue la conversión de la tierra y el trabajo en mercancías, esto es, se consideraron como si hubiesen sido producidos para ser vendidos. Polanyi pone de manifiesto que esto constituye una ficción, lo que le lleva a denominar al trabajo y a la tierra como “mercancías ficticias”.[7] Si el trabajo y la tierra fueran realmente reducidos a la condición de mercancías, la sociedad quedaría ineludiblemente destruida, lo que no fue obstáculo para que esta ficción fuese efectiva. Con la intervención del poder coercitivo del Estado al servicio de la ideología liberal, se aplicó a la tierra y al trabajo el mecanismo de la oferta y la demanda, con lo que se generó un mercado en el que el trabajo y la tierra se compraban y vendían como cualquier mercancía que realmente se hubiera producido para el intercambio. Como indica Polanyi, “el verdadero alcance de este paso solo se puede estimar si recordamos que el trabajo es otra forma de llamar al hombre, así como la tierra es sinónimo de naturaleza”.[8]

La aberración que supone esta transformación se manifiesta con mayor claridad si se observan los motores que impulsaban el funcionamiento de este mecanismo: el miedo a no disponer de lo necesario para poder vivir y afán de conseguir el mayor beneficio, esto es, los incentivos del hambre, por un lado, y la ganancia, por otro. El mecanismo de mercado dio lugar así a un determinismo económico que regía el destino de la sociedad con la ciega inexorabilidad de una ley natural. Y aunque la arquitectura de este mecanismo se levanta sobre una ficción, este resultado tiene plena realidad: en una sociedad de mercado, el sistema económico determina todo el resto del proceso social. De este modo, la búsqueda de la ganancia económica se convierte en un rasgo constitutivo del hombre como tal. Esto implica a su vez que la posibilidad de morir de hambre amenaza en todo momento a aquellos que no sigan la lógica del sistema económico.[9] La filosofía social que surgió de aquí entendía la sociedad como constituida por un conjunto de átomos y a cada uno de estos átomos individuales como regidos por un racionalismo económico que decidía su actuación según la lógica del mercado. Desde este esquema referencial, la acción económica se explicaba a sí misma: el hombre tendía de manera natural al intercambio y el mercado era asimismo la consecuencia necesaria de esta acción, que surgiría por tanto de manera espontánea de las relaciones entre los hombres a menos que fuerzas exteriores lo impidieran.

Frente a esta concepción liberal, Polanyi pone claramente de manifiesto que la institución del libre mercado es un fenómeno completamente artificial, y que su aparición en la historia de la humanidad no tiene lugar hasta los albores de la época contemporánea. En épocas anteriores los mercados se encontraban imbricados dentro estructuras sociales que limitaban los efectos disolventes que pudiesen ejercer sobre la cohesión social. Solo con el surgimiento de la sociedad de mercado se instituye la economía como una esfera independiente regida exclusivamente por sus propias leyes. Este proceso estuvo dirigido por el ideal del mercado autorregulador, que era la concepción que se encontraba en el núcleo de la doctrina liberal. Antes de este momento no se había realizado nunca nada parecido a la integración de todos los diversos mercados en un único mercado que supuestamente se regulaba a sí mismo. Una vez que esto tiene lugar, la esfera económica queda liberada de todas las otras estructuras de la sociedad y se rige únicamente por su propia dinámica, a la que quedan sometidas el resto de las instancias sociales.

Lo que entonces sucede, dicho en la terminología de Polanyi, es que la economía queda “desencastrada” (disembedded) del conjunto de mecanismos sociales a los que estaba subordinada hasta ese momento, erigiéndose en un ámbito independiente de ellos.[10] Se trata de un proceso social completamente inédito, que no tiene lugar en la historia de la humanidad antes de la Revolución Industrial. En las sociedades históricas anteriores, la economía estaba “encastrada” (embedded) en un conjunto de instituciones sociales que limitaban su funcionamiento autónomo. Planteado este proceso de transformación en las categorías del sociólogo alemán Ferdinand Tönnies, lo que ocurre es que la “comunidad” (forma de organización social basada en el estatus) es sustituida por la “sociedad” (que a diferencia de aquella, se basa en el contrato).[11]

A este respecto es preciso diferenciar entre la existencia de elementos de mercado y la economía de mercado como tal, la cual no puede ser considerada como un fenómeno suprahistórico, sino que se trata de una configuración propia de la moderna sociedad capitalista. En este momento la dimensión económica del hombre se convierte en un atributo específico de su ser, inaugurándose históricamente su carácter “antropológico” de homo oeconomicus. Considerar esta dimensión del hombre moderno como correspondiente a la misma condición humana, tal y como hace implícitamente el pensamiento liberal, supone suprimir todas las diferencias históricas entre las sociedades y volatilizarlas en una concepción transhistórica. A partir de aquí, no resulta difícil proyectar retroactivamente sobre el resto de las sociedades la estructura básica de la sociedad mercantil derivada del capitalismo, y considerar el afán de lucro como uno de los mecanismos sociales básicos en todas ellas. Pero la búsqueda del beneficio económico como móvil principal de las acciones humanas no es algo que rija en sociedades históricas anteriores, tal y como consideran los economistas liberales incurriendo en la falacia económica. Esta interpretación solo tiene validez para la sociedad de mercado: únicamente en esta forma de sociedad toda la sustancia social queda succionada por el mercado.

Las implicaciones sociales de esta transformación son de una enorme trascendencia. Mientras que en las sociedades en las que la esfera económica se encuentra “encastrada” en otras instituciones sociales son normas extraeconómicas de carácter consuetudinario o moral las que organizan la vida comunitaria, en la sociedad de mercado son factores de carácter biológico los que determinan la dinámica social,[12] que de este modo adquiere una dimensión propiamente darwinista. El hombre es restringido así a su condición más puramente animal, quedando plenamente expuesto a las “leyes naturales” del mercado. Con ello se eliminan las instancias culturales que le habían protegido en anteriores sociedades históricas, en las que el individuo no corría el peligro de morir de hambre a menos que el conjunto de la comunidad se encontrase en una situación semejante.[13]

La desestructuración social que genera este proceso pone en peligro ineludiblemente las condiciones de existencia de la sociedad, cuyas estructuras fundamentales quedaría disueltas si todos los órdenes sociales quedaran sometidos a las inexorables leyes del mercado. Polanyi analiza desde esta perspectiva los contramovimientos de la sociedad para defenderse de la violencia inmanente del sistema de mercado y de sus efectos disruptivos sobre la vida social. Se trata de mecanismos de preservación de la estructura social, que se concretan en diversas reglamentaciones que contienen y dirigen la dilatación de las relaciones mercantiles y la liberación de las fuerzas del mercado. Estos mecanismos permitieron que la sociedad no quedara destruida por la economía de mercado durante la segunda mitad del siglo XIX y el primer cuarto del siglo XX, hasta que el sistema colapsó catastróficamente en la década de 1930.

3. El neoliberalismo como desarrollo político-económico de la concepción liberal

La idea central del neoliberalismo es que la economía capitalista de libre mercado es un sistema capaz de encontrar su propio equilibrio de manera automática, siempre y cuando no intervengan factores externos que perturben la dinámica de los mercados. Esta es, en esencia, la concepción defendida por el liberalismo económico del siglo XIX, que sostenía que la economía de mercado capitalista dispone de los mecanismos para mantener de manera automática su equilibrio y reproducirse de manera constante en un proceso de crecimiento sostenido. Esta capacidad autorreguladora del libre mercado encuentra su expresión clásica en la célebre metáfora de la “mano invisible” de Adam Smith y en la denominada ley de los mercados de Say, que establece que en un sistema capitalista de libre mercado, toda oferta crea su propia demanda. Según la concepción de la economía burguesa liberal que se desarrolla en la estela de los planteamientos de estos autores, es preciso desregular los mercados y eliminar la intervención del Estado en la esfera económica, que por sí misma se mantendrá en equilibrio y producirá un aumento constante de la riqueza social.[14]

Esta concepción es la que domina nuevamente en la teoría económica actual y suministra los argumentos fundamentales de las políticas neoliberales. Se sostiene, por tanto, que es preciso eliminar toda injerencia del sector público en la esfera económica y permitir la plena libertad de mercado. Este principio se basa en la visión que tiene el pensamiento liberal del sistema de mercado como una estructura social suprahistórica, que se deriva de la naturaleza misma del hombre. Se está considerando así implícitamente a la economía de mercado como algo que se encuentra en estado latente en toda sociedad humana mientras se impongan límites a su libre desarrollo, pero que se activa de inmediato tan pronto como esos límites son suprimidos.

El neoliberalismo tiene como finalidad expresa la eliminación de todo obstáculo al libre mercado global, para lo cual están diseñadas las instituciones financieras internacionales como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial, que actúan como baluarte central de la globalización neoliberal. El credo de estas organizaciones se basa en la idea de autorregulación de los mercados, que se estabilizan por sí mismos y garantizan el crecimiento sostenido de la economía. Y del mismo modo que la creación del mercado de trabajo fue la condición de posibilidad del liberalismo económico clásico, destruir el poder de la fuerza de trabajo organizada es la precondición de la neoliberalización. Como consecuencia de la aplicación de estos principios se está produciendo de nuevo una creciente desintegración de las estructuras básicas de la sociedad, y se van abatiendo paulatinamente las instituciones que garantizan la cohesión social. Pero la globalización económica que promueven estas organizaciones, en realidad supone una amenaza para el orden neoliberal que tratan de imponer, pues el libre mercado global se encuentra enfrentado a las conmociones sociales que produce el desarrollo económico cada vez más desigual. Ello origina, al igual que ocurrió en la época clásica del liberalismo económico, la aparición de contramovimientos que socavan las reglas de funcionamiento de la economía de mercado.

Esta concepción del neoliberalismo, al igual que la del laissez-faire del liberalismo clásico, tiene a su base la idea del carácter natural de la libertad de mercado, frente a lo cual la intervención del Estado solo puede tener efectos contraproducentes. Pero lo cierto es que el libre mercado es un producto artificial creado por el poder político. Uno de los logros de la investigación de Polanyi es haber mostrado de manera inapelable que, a diferencia de lo que sostiene el pensamiento liberal, no ha tenido lugar en ningún momento un desarrollo natural de la sociedad hacia una economía de mercado, sino que dicho desarrollo estuvo dirigido por instancias políticas y sus estructuras fundamentales implantadas de manera coactiva. Como señala Polanyi, el “laissez-faire no tenía nada de natural”, sino que en realidad “el propio laissez-faire fue impuesto por el Estado, dotado ahora de una burocracia central capaz de desarrollar las tareas fijadas por los portavoces del liberalismo”.[15] En cambio, lo que sí fue resultado de una evolución espontánea fueron las medidas de protección que la sociedad adoptó contra el libre mercado: “El laissez-faire fue planificado, pero no lo fue la planificación”.[16]

Tal y como ya había puesto de manifiesto Marx en su investigación histórica de El Capital, el surgimiento del sistema capitalista en Inglaterra tuvo como condición necesaria la fuerza coercitiva del Estado.[17] Fue el poder estatal el que a través de una legislación sanguinaria creó los derechos de propiedad privada de la tierra e instituyó el mercado de trabajo, procesos a partir de los cuales se desplegaron todas las potencias latentes que dieron lugar al libre mercado.[18] La filosofía que estaba en la base de este proceso de imposición forzosa del laissez-faire era que el individuo es el único responsable de su situación económica, eliminando todo tipo de sostén y protección que la sociedad tradicionalmente le había ofrecido.[19] Las reformas legislativas que desarrollaron jurídicamente esta filosofía estaban orientadas a trasladar a los individuos la responsabilidad por su propia subsistencia, que antes correspondía a la comunidad en su conjunto. El desmantelamiento de las instituciones de protección social por parte del Estado tuvo como resultado que los individuos se vieran obligados a trabajar por el salario que ofreciera el mercado, aunque se hallara en los límites de la subsistencia.[20] Esta es la concepción que se encuentra igualmente en el centro del pensamiento neoliberal, que sostiene que mientras la libertad individual se encuentre garantizada, el individuo es responsable de su bienestar, responsabilidad que el neoliberalismo hace extensiva a las bases mismas del Estado Social, incluyendo la sanidad, la educación y las pensiones. El fracaso es atribuido, por tanto, a los individuos particulares, quedando exonerado el sistema de toda responsabilidad.[21]

El pensamiento neoliberal defiende por ello la necesidad de reducir al mínimo la intervención del Estado en el libre funcionamiento del sistema económico. El objetivo declarado es conseguir la desregulación de los mercados, de modo que estos queden liberados de toda forma de control político y social. Pero tras esta proclama manifiesta se oculta la realidad de una acción política sistemática, puesta al servicio de un vasto programa de ingeniería social. Al igual que en su forma clásica durante la época de apogeo del laissez-faire, pero ahora en el contexto de un mundo definitivamente globalizado, la actual configuración del liberalismo económico en su forma neoliberal hace uso de forma recurrente del poder estatal, adicionalmente suplementado por las grandes organizaciones financieras transnacionales al servicio de las grandes potencias capitalistas, para generar las condiciones que hagan posible la existencia del libre mercado global: “La globalización económica no se produce en un régimen de desregulación política y jurídica, sino todo lo contrario: economía globalizada significa, entre otras cosas, comercio mundial asimétricamente regulado”.[22]

En contra de lo que afirman sus portavoces teóricos, el proceso de surgimiento del libre mercado no es en absoluto espontáneo, sino fruto de la planificación y la construcción política. Lejos de ser consecuencia de la libre actuación de los agentes sociales, es resultado de una inquebrantable voluntad política y de la intervención estatal a gran escala, que lleva a la práctica los principios económicos liberales a través de un potente aparato reglamentario. Como indica John Gray, “incluso durante su época de apogeo, el laissez-faire era un nombre equivocado para una política creada mediante la coerción del Estado y cuyas actuaciones dependían absolutamente del poder del gobierno”.[23]

Si bien en la práctica el paulatino surgimiento de una legislación social fue moderando las fuerzas del mercado, la ilusión liberal de un mercado que se regulaba a sí mismo y que garantizaba un crecimiento económico sostenido se mantuvo hasta los años treinta del siglo XX. Ni siquiera el surgimiento de los regímenes fascistas que fueron resultado del caos económico y social generado por la Gran Depresión sirvió para suprimir la creencia en el mercado autorregulador. Solo el cataclismo de la Segunda Guerra Mundial socavó definitivamente el principal artículo de fe del credo liberal, surgiendo a partir de aquí toda una serie de Estados socialdemócratas y dirigistas en los principales países del mundo occidental. Ello permitió abrir las puertas a las políticas keynesianas, como resultado de las cuales en las tres décadas que siguieron a la guerra se erradicó el desempleo en las economías occidentales y se alcanzaron unos niveles de bienestar social desconocidos hasta ese momento. En la práctica política, el Estado intervenía en la economía e incluso sustituía al libre mercado si era preciso, para fomentar el crecimiento económico y alcanzar el pleno empleo. Los sectores clave de la economía pasaron a ser de propiedad estatal y se diseñaron sistemas públicos de protección social en los ámbitos de la sanidad, la educación y las pensiones para garantizar el bienestar de los ciudadanos.

Pero la crisis de mediados de la década de 1970 hizo que cobraran nueva vida los principios del libre mercado. El consenso keynesiano de posguerra llegó a su fin en 1979 con el ascenso al poder de Margaret Thatcher, que mostró una absoluta determinación para abolir las estructuras del Estado socialdemócrata que se había establecido en Gran Bretaña desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Esto supuso enfrentarse encarnizadamente al poder sindical, flexibilizar el mercado de trabajo, privatizar las empresas públicas y desmantelar los sistemas de protección social. Nominalmente la política thatcheriana se opuso a la intervención estatal en la economía y abogó firmemente por la desregulación del mercado. Pero la centralización estatal que se operó en la época de Thatcher pone claramente de manifiesto el papel fundamental del Estado en la construcción política del libre mercado. La función del Estado para Thatcher consistía en establecer el marco legal para que el libre mercado operara de manera autorregulada. Esto era especialmente aplicable al mercado de trabajo, por lo cual sus principales esfuerzos se dirigieron a reducir al máximo el poder de los sindicatos para intervenir en el mercado a favor de los derechos y seguridad de los trabajadores. La flexibilidad salarial, la reducción de los costes de despido, la disminución de las ayudas sociales y el aumento de la desigualdad económica fueron el corolario inevitable de las políticas thatcherianas. Estas políticas se convirtieron en el referente para los ideólogos del neoliberalismo y sus principios fueron aplicados progresivamente por todos los países que aspiraban a la modernización económica. El ascenso de Ronald Reagan al poder en Estados Unidos resultó crucial en este proceso. Sus políticas se dirigieron igualmente hacia la desregulación de la economía, limitando el poder sindical, reduciendo los impuestos y realizando recortes presupuestarios, con el objetivo de expandir en la mayor medida posible la libertad de mercado. Como señala David Harvey, a partir de este momento “las concepciones mentales del mundo se reconfiguraron cuanto era posible apelando a los principios neoliberales de la libertad individual como algo necesariamente inserto en el libre mercado y el libre comercio”.[24]

4. Democracia y libertad de mercado

El proceso de imposición del libre mercado fue posible en la Inglaterra decimonónica porque no existían instituciones democráticas que representasen la voluntad popular, por lo que el Estado legisló en beneficio de la burguesía y de los grandes terratenientes.[25] Y es también ostensible que la economía de mercado comenzó a desmoronarse con el surgimiento de la democracia social, cuando la gran masa de la población comenzó a desempeñar un papel en la vida política. Esta evidencia no escapa a los teóricos liberales más conscientes, que se han mostrado siempre reacios a la democracia por ser un factor de subversión del libre mercado. Lejos de ser movimientos convergentes, el libre mercado y la democracia son procesos esencialmente divergentes. Los costes sociales del libre mercado son de tal magnitud que hacen muy difícil que pueda encontrar legitimación en una sociedad democrática. Esto tiene profundas implicaciones para el proyecto neoliberal de construcción política del libre mercado en un contexto democrático. Para que este proyecto pueda sostenerse, es preciso blindar las reglas de funcionamiento de la economía de mercado a la discusión democrática. David Harvey observa a este respecto:

Los teóricos del neoliberalismo albergan, sin embargo, profundas sospechas hacia la democracia. El gobierno de la mayoría se ve como una amenaza potencial a los derechos individuales y a las libertades constitucionales. La democracia se considera un lujo, que únicamente es posible bajo condiciones de relativa prosperidad en las que también concurre una fuerte presencia de la clase media para garantizar la estabilidad política. Los neoliberales tienden, por lo tanto, a favorecer formas de gobierno dirigidas por élites y por expertos. Existe una fuerte preferencia por el ejercicio del gobierno mediante decretos dictados por el poder ejecutivo y mediante decisiones judiciales en lugar de mediante la toma de decisiones de manera democrática y en sede parlamentaria. Los neoliberales prefieren aislar determinadas instituciones clave, como el banco central, de las presiones de la democracia. 

Por esta misma razón, las instituciones financieras internacionales que rigen el funcionamiento del libre mercado global han sido diseñadas como organizaciones que se sustraen a todo tipo de control democrático por parte de la sociedad. Los intentos de llevar a la práctica las ideas directrices de estas organizaciones han generado unos enormes costes sociales para las poblaciones de la mayor parte de los lugares en los que se han aplicado. Pero al haber eliminado del imaginario social cualquier otra posibilidad alternativa, la hegemonía neoliberal ha conseguido que esos costes sean aceptados con la misma resignación con que se acepta una catástrofe natural: “No se ve otra solución. No obstante, si no se ve otra solución no es porque no la haya, sino porque el único código de lectura de la realidad económica y social que ha logrado imponerse como legítimo es el neoliberal”.[27] Sin embargo, en el contexto de una crisis económica severa que afecte gravemente a las condiciones de vida de la población, las políticas neoliberales están destinadas a sufrir contramovimientos que reivindican medidas de protección para la sociedad. Los movimientos populares que reclaman la operatividad de las instituciones democráticas emergen entonces como último resorte para oponerse al potencial destructivo de la política neoliberal, generando un proyecto social reactivo que restituya la seguridad y estabilidad perdidas.[26]

Pero el libre mercado no solo no satisface las necesidades humanas básicas de la sociedad en términos materiales, sino que tampoco parece satisfacer la necesidad de libertad personal. Los portavoces del liberalismo han considerado siempre que la libertad individual es un valor irrenunciable, y sostienen que esta se encuentra amenazada no solo por las dictaduras, sino también por la intervención estatal que interfiere en la “libertad de elegir” de los ciudadanos, tal y como reza el título del libro programático de Milton Friedman. La idea fundamental de los teóricos neoliberales es que la libertad individual se garantiza a través de la libertad de mercado, por lo que esta tiene hacerse extensiva a todos los ámbitos con el fin de promover la libertad individual de la que disfruta el mundo occidental. Pero no es cierto, como pretende la ideología neoliberal, que la progresiva integración de la economía mundial en un libre mercado universal haga extensiva al resto del mundo la democracia liberal occidental. Lejos de crearse un capitalismo democrático en los sucesivos países que se van integrando en el mercando global, lo que se van formando son nuevos tipos de capitalismo, muchos de ellos muy alejados de cualquier modelo democrático.[28]

En este contexto, es preciso preguntarse por el significado que tiene el concepto de libertad en el pensamiento neoliberal, para comprender cuál es exactamente la forma de libertad que quiere salvaguardar y difundir. Aquí resultan nuevamente pertinentes las consideraciones de Polanyi, concretamente su distinción entre dos tipos de libertades:

Sería beneficioso que junto con el libre mercado desapareciera la libertad de explotar a los semejantes, la libertad de hacer ganancias excesivas sin un servicio proporcional a la comunidad, la libertad de sustraer las invenciones tecnológicas a su uso para el beneficio público o la libertad para sacar provecho de las calamidades públicas diseñadas secretamente para el lucro privado. Pero la economía de mercado, en la que prosperan estas libertades, produce también libertades a las que damos gran valor. Apreciamos por sí mismas la libertad de conciencia, la libertad de expresión, la libertad de reunión, la libertad de asociación o la libertad de elección de trabajo. Sin embargo, en gran medida estas fueron productos secundarios de la misma economía que fue responsable también de las libertades nocivas. [29]

La clave está en la determinación de este segundo tipo de libertades como “productos secundarios” de las primeras. Se mantendrán, por tanto, mientras estas no corran peligro. Si la persuasión y la propaganda para convencer de las virtudes de la libertad de mercado resultan insuficientes, el neoliberalismo recurre a la fuerza coactiva del Estado para restringir las libertades individuales que se opongan a ella. Se intensifican entonces las funciones disciplinarias del Estado, que a través de la imposición de una política de ley y orden reprime los movimientos sociales que reclaman la deliberación y participación democrática en aquellas cuestiones que afectan directamente a sus condiciones de vida.[30] De este modo, el Estado neoliberal niega las libertades que por otro lado afirma defender, y las libertades buenas a las que se refiere Polanyi quedan suprimidas para garantizar las libertades nocivas. Ello pone de manifiesto las dificultades de la empresa hegemónica neoliberal. Cuanto más autoritario se vuelve el Estado y más claramente manifiesta su pulsión antidemocrática, más difícil le resulta mantener su legitimidad frente a la ciudadanía.

La cuestión fundamental es que el neoliberalismo se inclina hacia la expansión del primer tipo de libertades en detrimento de las segundas. El concepto de libertad se ve progresivamente reducido a libertad de empresa, y si los movimientos de protección de la sociedad democrática intentan limitar su alcance, la consigna neoliberal es hacer uso de la fuerza coercitiva del Estado para suprimir las libertades individuales que puedan oponerse a ella. La libertad de mercado que proclama el pensamiento neoliberal es simplemente el medio para expandir el poder de las grandes corporaciones. Ello permite comprender por qué el neoliberalismo se ha vuelto progresivamente más antidemocrático y autoritario. Y también pone claramente de manifiesto otra dimensión de la conexión entre la economía de mercado y el Estado como instancia que detenta el monopolio de la violencia legítima. Al incrementarse la oposición social a las fuerzas disolventes del mercado se activa la dimensión disciplinaria del Estado, que se enfrenta a las instancias de mediación que surgen espontáneamente en el seno de la comunidad mediante todo tipo de restricciones legales. El objetivo declarado es mantener las reglas de funcionamiento del sistema económico, cuya subversión solo puede ahondar la crisis económica e impedir el retorno a una senda de crecimiento. Resulta cuanto menos paradójico que los ideólogos neoliberales que tanto insisten en la exclusión del Estado de la actividad económica reivindiquen la actuación del Estado para establecer y mantener las reglas que la rigen. Como indica Harvey refiriéndose al pensamiento neoliberal, “su supuesta desconfianza hacia todo poder estatal no encaja con la necesidad de un Estado fuerte y si es necesario coactivo que defienda los derechos de la propiedad privada y las libertades individuales y empresariales”.[31]

Todavía disponen los gobiernos de ciertos márgenes para paliar los efectos destructivos de la economía de mercado, pero la globalización rampante y la creciente financiarización de la economía hace que dichos márgenes cada vez sean más estrechos, por lo que dicha intervención marginal no puede impedir la inestabilidad que provoca el libre mercado. Las instituciones supranacionales de base estadounidense como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial que marcan la agenda de la economía internacional impiden todo tipo de políticas expansivas por el lado de la demanda, que se rechazan como disfuncionales y contraproducentes. La idea recurrente de estas organizaciones, que se han convertido en los adalides del fundamentalismo del libre mercado, es que solo desregulando los mercados y eliminado todo tipo de injerencia en su dinámica interna es posible garantizar el crecimiento económico. Pero el desarrollo creciente de la globalización económica que impulsan estas organizaciones genera dislocaciones sociales de tal magnitud, que se ve constantemente enfrentada a la reacción defensiva por parte de las sociedades que padecen los efectos disruptivos del establecimiento forzado del libre mercado.

La imposibilidad constitutiva de la plena imposición del libre mercado llevó a Polanyi a calificar el proyecto liberal como utópico.[32] Todo intento de llevar la economía de mercado más allá de un punto en que se ponga en peligro la estructura social da lugar necesariamente a movimientos contrarios para impedir la destrucción de la sociedad. Sucede entonces paradójicamente que estos movimientos de protección son precisamente los que hacen posible el mantenimiento de la sociedad de mercado. Harvey señala a este respecto que “nos encontramos ante la paradoja de que un fuerte movimiento socialdemócrata y obrero ocupa una posición mejor para redimir al capitalismo que su propio poder de clase capitalista”.[33]

Ello explica a su vez por qué en el periodo en que el Estado neoliberal se ha convertido en hegemónico, ha sido periodo en que la sociedad civil se ha transformado en lugar de emergencia y condensación de movimientos sociales de los más diversos tipos. Frente a los movimientos sociales que reclaman la deliberación y participación democrática en aquellas cuestiones que afectan directamente a sus condiciones de vida, el Estado neoliberal se encuentra obligado a ejercer el uso de la coerción y la fuerza para reprimir dichos movimientos, negando de este modo las libertades que por otro lado reclama defender. Ciertamente el autoritarismo para imponer a toda costa el mercado subvierte de raíz el principio de la defensa y fomento de las libertades individuales. Cuanto más tiene que recurrir a ello el Estado, más difícil le resulta legitimarse, por lo que su primer expediente es siempre el recurso a la persuasión y la propaganda para generar entre la población el convencimiento de los beneficios que conlleva para todos el libre mercado. Pero si ello no resulta suficiente, es necesario el recurso al poder policial para eliminar la oposición a la política neoliberal sostenida por el Estado. En este caso, la libertad de mercado solo puede mantenerse recurriendo al autoritarismo, y las libertades buenas a las que alude Polanyi son eliminadas para mantener las libertades nocivas, esto es, la libertad de la mayoría se reduce para incrementar la libertad de una minoría.

5. Conclusión

Las políticas del laissez-faire que se impusieron en la Inglaterra de la época victoriana se encontraban dirigidas por la idea de que la libertad de mercado es natural, mientras que la intervención estatal en el libre funcionamiento del mercado es una injerencia en ese proceso natural que resulta siempre contraproducente. Pero el libre mercado es un producto artificial, que es creado por el poder del Estado y funciona únicamente mientras la desestabilización social que genera la economía de mercado es contenida dentro de unos límites y no deriva en un proceso de descomposición incontrolable del tejido social. Sin el poder coactivo del Estado al servicio del mantenimiento de la ortodoxia liberal, el libre funcionamiento del mercado se verá trabado por todo tipo de oposiciones que surgen de manera espontánea en la sociedad para reducir los costes sociales que genera.

Estas mismas ideas son las que informan actualmente la drástica reducción de los sistemas de seguridad social según el imperativo de la liberalización del mercado. Los principios que guiaron el establecimiento del libre mercado en la Inglaterra decimonónica constituyen, en efecto, el referente básico de ortodoxia neoliberal que rige la política del mundo anglosajón desde finales de la década de 1970 y que se han ido expandiendo progresivamente a todo el mundo capitalista. Todas las políticas neoliberales que se han desarrollado a partir de los años ochenta han estado orientadas a la eliminación de los mecanismos de control sobre los ingresos salariales y a la instauración irrestricta del libre mercado en todos los ámbitos de la vida económica. Su principal divisa es la liberalización del mercado de trabajo, de modo que la fuerza de trabajo puede ser tratada como cualquier otra mercancía con la que se comercia libremente en el mercado.

Las políticas de desregulación que se instauraron en los principales países capitalistas en la década de 1980 continuaron en lo esencial a las del laissez-faire de mediados del siglo XIX. La privatización, la flexibilización y el progresivo abandono por parte del Estado de las políticas de protección social ha sido la tónica dominante desde entonces. El neoliberalismo se ha convertido así en hegemónico tanto en la práctica como en la teoría política. Basándose en la experiencia histórica, no resultan precisamente optimistas las previsiones que se pueden hacer acerca de su posible resultado final.[34] En cualquier caso, el saldo actual que arroja la expansión del libre mercado es claro en términos de desigualdad económica y desestructuración social: ha empobrecido a las clases medias y ha incrementado el número de excluidos, al tiempo que ha favorecido el aumento de riqueza y poder de una pequeña minoría. Ha laminado todas las instituciones sociales que permitían mantener la estabilidad y la cohesión de la sociedad. Y ha deslegitimado al Estado, mientras que paralelamente ha utilizado a discreción los poderes estatales para garantizar el mantenimiento de la ortodoxia neoliberal.

Notas

01. Para una descripción detallada del proceso a través del que surgen los regímenes totalitarios como consecuencia de la descomposición del orden económico liberal, cf. K. Polanyi, La gran transformación. Crítica del liberalismo económico, Madrid, La Piqueta, 1989, p. 371 y ss.

02. El neoliberalismo es definido por David Harvey como “una teoría de prácticas político-económicas que afirma que la mejor manera de promover el bienestar del ser humano consiste en no restringir el libre desarrollo de las capacidades y de las libertades empresariales del individuo dentro de un marco institucional caracterizado por derechos de propiedad privada fuertes, mercados libres y libertad de comercio. El papel del Estado es crear y preservar el marco institucional apropiado para el desarrollo de estas prácticas” (Breve historia del neoliberalismo, Madrid, Akal, 2007, p. 6).

03. Dada la experiencia histórica precedente, resulta difícil no compartir pronósticos como el de John Gray: “En los años treinta quedó demostrado que el libre mercado es una institución inherentemente inestable. Construido intencional y artificiosamente, se derrumbó en medio de la confusión y el caos. La historia del libre mercado global de nuestro tiempo no tendrá, con toda probabilidad, un final muy diferente” (Falso amanecer. Los engaños del capitalismo global, Barcelona, Paidós, 2000, pp. 16-17). 

04. El desarrollo de los planteamientos de Polanyi sobre el concepto la falacia económica puede verse en El sustento del hombre, Madrid, Capitán Swing, 2009, p. 57 y ss.

05. A este respecto indica Polanyi que “Adam Smith introdujo los métodos de negocio en las cavernas del hombre primitivo, proyectando su famosa propensión al trueque, permuta e intercambio, hasta los jardines del Paraíso” (El sustento del hombre, op. cit., p. 60). A pesar del carácter irónico de su observación, Polanyi no comete exageración alguna al imputar a Adam Smith tal concepción anacrónica. Este, en efecto, sostiene en su obra fundamental que es una “propensión de la naturaleza humana trocar, permutar y cambiar una cosa por otra… La propensión existe en todos los seres humanos y no aparece en ninguna otra raza de animales” (La riqueza de las naciones, Madrid, Alianza, 1990, p. 44).

06. K. Marx, Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse) 1857-1859 (volumen 1), México, Siglo XXI, 2001, p. 7.

07. Cf. K. Polanyi, La gran transformación, op. cit., p. 121 y ss. En esta obra incluye Polanyi entre las mercancías ficticias también al dinero. En las obras posteriores, esta denominación quedará reservada solo para la tierra y el trabajo. Sobre la concepción de Polanyi de las mercancías ficticias, cf. J. R. Stanfield, The Economic Thought of Karl Polanyi: Lives and Livelihood, London, Macmillan, 1986.

08. K. Polanyi, El sustento del hombre, op. cit., p. 64.

09. En este sentido, Marx demostró que la condición de posibilidad para la existencia de un sistema que se basa en la persecución incesante del beneficio económico se encuentra precisamente en la transformación de la fuerza de trabajo en mercancía, lo que implica la condición “doblemente libre” del trabador: por un lado, libre para vender su fuerza de trabajo en el mercado, y por otro lado, libre de todo medio de producción, de forma que no pueda producir por sí mismo y se vea forzado para sobrevivir a vender “libremente” su fuerza de trabajo en el mercado. Cf. El Capital. Crítica de la economía política (Libro I), México, Siglo XXI, 1995, p. 891 y ss.

10. Cf. K. Polanyi, La gran transformación, op. cit., p. 103 y ss. Sobre esta cuestión puede verse también Nuestra obsoleta mentalidad de mercado, Madrid, Escolar y Mayo, 2013, p. 96 y ss.

11. Cf. F. Tönnies, Comunidad y sociedad, Buenos Aires, Losada, 1967. Acerca de la relación que establece Polanyi entre su concepto de “encastramiento” y la distinción conceptual de Tönnies, cf. El sustento del hombre, op. cit., p. 111 y ss.

12. El planteamiento clásico de esta cuestión se debe a J. Townsend, cf. A Dissertation on the Poor Laws, Berkeley, University of California Press, 1971.

13. Cf. K. Polanyi, Nuestra obsoleta mentalidad de mercado, op. cit., p. 91 y ss.

14. Desde estas premisas, la función del gobierno consiste únicamente en garantizar los automatismos del sistema para hacer posible la acumulación creciente de capital, tal y como subraya E. Hobsbawm: “En la economía liberal clásica, su objetivo es crear y mantener las mejores condiciones para el capitalismo, considerado como un sistema esencialmente autorregulador y autoexpansivo que tiende a maximizar la «riqueza de la nación»” (Industria e imperio, Barcelona, Ariel, 1982, pp. 217-218).

15. K. Polanyi, La gran transformación, op. cit., pp. 228-229.

16. Ibid., p. 231.

17. Cf. K. Marx, El Capital, op. cit., p. 917 y ss.

18. La necesidad del poder estatal para la configuración de la economía de mercado es sintetizada por David Harvey en estos términos: “La acumulación de capital mediante operaciones de mercado y el mecanismo de los precios se desarrolla mejor en el marco de ciertas estructuras institucionales (leyes, propiedad privada, contratos y seguridad monetaria, esto es, de la forma dinero). Un Estado fuerte armado con fuerzas policiales y el monopolio sobre los instrumentos de la violencia puede garantizar ese marco institucional y proporcionarle dispositivos constitucionales bien definidos. La organización del Estado y el surgimiento de la constitucionalidad burguesa han sido, pues, características cruciales de la larga geografía histórica del capitalismo” (El nuevo imperialismo, Madrid, Akal, 2003, p. 81).

19. Un análisis detallado de las consecuencias prácticas de la aplicación de este ideario en la sociedad inglesa puede verse en E. Hobsbawm, Industria e imperio, op. cit., 1982, p. 77 y ss.

20. Como señala Marx refiriéndose a este proceso histórico, “la burguesía naciente necesita y usa el poder del Estado para «regular» el salario, esto es, para comprimirlo dentro de los límites gratos a la producción de plusvalor, para prolongar la jornada laboral y mantener al trabajador mismo en el grado normal de dependencia. Es este un factor esencial de la llamada acumulación originaria” (El Capital, op. cit., pp. 922-923).

21. David Harvey pone de manifiesto cuáles son las consecuencias fundamentales en la sociedad contemporánea de la puesta en práctica de estos principios neoliberales, estableciendo el paralelismo con la “acumulación originaria” analizada por Marx: “La empresarización y privatización de instituciones hasta ahora públicas (como las universidades), por no mencionar la oleada de privatizaciones del agua y otros bienes públicos de todo tipo que recorre el mundo, supone una reedición a escala gigantesca del cercado de las tierras comunales en la Europa de los siglos XV y XVI. Como entonces, se vuelve a utilizar el poder del Estado para impulsar estos procesos contra la voluntad popular. El desmantelamiento de los marcos reguladores destinados a proteger a los trabajadores y al medio ambiente de la degradación ha supuesto la pérdida de derechos duramente alcanzados. La cesión al dominio privado de los derechos de propiedad comunales obtenidos tras largos años de encarnizada lucha de clases (el derecho a una pensión pública, al bienestar, a la sanidad pública nacional) ha sido una de las fechorías más sobresalientes de los planes de desposesión emprendidos en nombre de la ortodoxia neoliberal” (El nuevo imperialismo, op. cit., pp. 118-119).

22. A. Díaz de Rada, “El sujeto en la corriente. Reflexiones sobre el sujeto social en condiciones de la globalización”, en: Luis Díaz G. Viana (ed.), El nuevo orden del caos: consecuencias socioculturales de la globalización, Madrid, CSIC, 2004, p. 83. 

23. J. Gray, Falso amanecer, op. cit., p. 15. Algo que resulta igualmente aplicable, como insiste este autor, a la concepción neoliberal: “La idea de que los libres mercados y el gobierno mínimo van juntos, idea que forma parte del bagaje de la «nueva derecha», es una inversión de la verdad” (Ibid., p. 268).

24. D. Harvey, El enigma del capital y las crisis del capitalismo, Madrid, Akal, 2012, p. 112.

25. Este proceso es descrito en detalle por Marx al final de El Capital, en el capítulo sobre “La llamada acumulación originaria”, donde afirma que todos estos métodos “recurren al poder del Estado, a la violencia organizada y concentrada de la sociedad, para fomentar como en un invernadero el proceso de transformación del modo de producción feudal en modo de producción capitalista y para abreviar las transiciones. La violencia es la partera de toda sociedad vieja preñada de una nueva. Ella misma es una potencia económica” (El Capital, op. cit., p. 940). Harvey indica en relación a esta cuestión que “todas las características de la acumulación primitiva mencionada por Marx han seguido poderosamente presentes en la geografía histórica del capitalismo hasta el día de hoy”, por lo que propone sustituir el término por el de “acumulación por desposesión” para poner de manifiesto la vigencia de este proceso en la actualidad (Cf. El nuevo imperialismo, op. cit., p. 111 y ss.). 

26. Ibid., pp. 75-76.

27. C. Prieto, “Karl Polanyi: crítica del mercado, crítica de la economía”, en: Política y Sociedad, 1996, p. 32. 

28. En relación a ello señala Gray que “el surgimiento de una economía global es un momento decisivo en el desarrollo de una especie tardomoderna de capitalismo desordenado y anárquico” (Falso amanecer, op. cit., p., 95).

29. K. Polanyi, Nuestra obsoleta mentalidad de mercado, op. cit., pp. 101-102.

30. Como subraya Harvey, el Estado “debe disponer de las funciones y estructuras militares, defensivas, policiales y legales que son necesarias para asegurar los derechos de propiedad privada y garantizar, en caso necesario mediante el uso de la fuerza, el correcto funcionamiento de los mercados” (Breve historia del neoliberalismo, op. cit., p. 16).

31. Ibid., p. 28.

32. Cf. K. Polanyi, La gran transformación, op. cit., p. 223 y ss. Harvey insiste también en el carácter utópico del proyecto neoliberal, y pone de manifiesto cuál es la finalidad oculta del mismo: “La neoliberalización puede ser interpretada bien como un proyecto utópico con la finalidad de realizar un diseño teórico para la reorganización del capitalismo internacional, o bien como un proyecto político para restablecer las condiciones para la acumulación de capital y restaurar el poder de las elites económicas … En mi opinión, el utopismo teórico del argumento neoliberal ha funcionado ante todo como un sistema de justificación y de legitimación de todo lo que fuera necesario hacer para alcanzar ese objetivo” (Breve historia del neoliberalismo, op. cit., pp. 24-25). 

33. Ibid., pp. 168-169.

34. Como observa John Gray, “quienes imaginan que los grandes errores políticos no se repiten en la historia no han aprendido su lección principal: que nunca se aprende nada durante mucho tiempo. Actualmente estamos en medio de un experimento de ingeniería social utopista cuyo resultado podemos conocer por anticipado” (Falso amanecer, op. cit., p. 29).