Elizabeth Collingwood-Selby
Universidad Metropolitana de ciencias de la educación (Chile)
Volume 10, 2016
I. El malestar en la cultura. Pulsión de muerte, derecho, explotación sexual.
¿Quién se atrevería—pregunta Freud en El malestar en la cultura—, considerando todas las experiencias de la vida y de la historia, a negar que el hombre es un lobo para el hombre? Una tras otra, señala, estas experiencias nos confrontan con una verdad que a toda costa intentamos ocultar:
el ser humano no es un ser manso, amable, a lo sumo capaz de defenderse si lo atacan, sino que es lícito atribuir a su dotación pulsional una buena cuota de agresividad. En consecuencia, el prójimo no es solamente un posible auxiliar y objeto sexual, sino una tentación para satisfacer en él la agresión, explotar su fuerza de trabajo sin resarcirlo, usarlo sexualmente sin su consentimiento, desposeerlo de su patrimonio, humillarlo, infligirle dolores, martirizarlo y asesinarlo.[2]
Una hebra del texto freudiano parece sugerir que la cultura y la historia que ella produce y en la que ella se (re)produce serían, precisamente, el ejercicio reiterado de este atrevimiento, la pretensión permanente pero constantemente fracasada de ocultar la verdad de este anárquico principio —principio sin principio[3]— que pone y descubre en el corazón mismo de lo humano, no a un ser movido pura y simplemente por el amor y la vida, sino movido, al mismo tiempo, con y contra ellos, por la crueldad y la muerte: “bestias salvajes [los seres humanos] que ni siquiera respetan a los miembros de su propia especie”.[4]
A ratos, sin embargo, su texto parece sostener también que la cultura (la civilización) es mucho más que una sofisticada operación de ocultamiento de esta pasión destructiva que Freud denomina “pulsión de muerte”; “el desarrollo cultural —dice— puede caracterizarse sucintamente como la lucha por la vida de la especie humana”[5], lucha de la especie humana por instaurar y defender el dominio de la vida sobre el de la muerte. En Nuestro lado oscuro. Una historia de los perversos, Élisabeth Roudinesco resume así la cuestión:
Freud nunca fue un gran lector de Sade, pero compartía con él, sin saberlo, la idea de que la existencia humana se caracteriza no tanto por una aspiración al bien y a la virtud como por la búsqueda de un permanente goce del mal: pulsión de muerte, deseo de crueldad, amor al odio, aspiración a la desdicha y al sufrimiento. […] Sin embargo, en lugar de anclar el mal en el orden natural del mundo, y antes que hacer de la animalidad del hombre el signo de una inferioridad infranqueable, prefirió sostener que sólo el acceso a la cultura permite arrancar a la humanidad de su propia pulsión de aniquilación […].[6]
Puestas así las cosas, parecería plausible afirmar que en y gracias al proceso de su desarrollo cultural, la humanidad lograría separarse, en parte, de sí misma; desdoblarse, ponerse a resguardo y a distancia de sus propias y arrasadoras tendencias destructivas. El ingreso a y la efectiva existencia cultural de la humanidad serían, desde este punto de vista, no solo la evidencia del dominio de sus pulsiones vitales sobre sus pulsiones destructivas, sino también, la condición de posibilidad de ese dominio.
Ofreciendo una definición parcial, Freud sostiene que “la palabra “cultura” designa toda la suma de operaciones y normas que distancian nuestra vida de la de nuestros antepasados animales, y que sirven a dos fines: la protección del ser humano frente a la naturaleza y la regulación de los vínculos recíprocos entre los hombres.”[7] Siguiendo la trama de la lectura anterior, parecería posible sostener que en el proceso mismo de cultivar la tierra, construir viviendas, levantar asentamientos, organizarse en comunidades, producir utensilios, desarrollar las técnicas, las ciencias, las artes, definir e instituir sus leyes, lograría la humanidad civilizada impugnar y exorcizar efectivamente su agresividad, su “salvajismo”.
Esta tranquilizadora versión, no parece, sin embargo, encontrar confirmación ni en la vida ni en la historia de la “humanidad civilizada”. El malestar en la cultura anunciaría, desde un comienzo, en su mismísimo título, el carácter ilusorio de esta salida, exponiendo, en su lugar, una especie de catastrófica aporía. Precisamente ahí donde debiese haber tranquilidad, protección, amor y vida, hay, de todas formas, malestar, peligro, dolor, odio y destrucción. Y es que la tranquilidad, la protección, el amor y la vida cuyo dominio tendría que garantizar la cultura, no se instauran gratuitamente, no se consiguen sino a costa de gran esfuerzo, dependen de la efectiva realización de toda una serie de complejos movimientos psíquico-económicos —supresión, represión, sustitución, sublimación— que, siguiendo la insinuación de Freud en un pasaje crucial de este texto, remitirían todos, en última instancia, a lo que aquí creo necesario reconocer como concepto freudiano, esto es, psicoanalítico —ni sociológico ni jurídico— de “explotación sexual”:
Ya sabemos que la cultura obedece en este punto a la compulsión de la necesidad económica; en efecto, se ve precisada a sustraer de la sexualidad un gran monto de la energía psíquica que ella misma gasta. Así, la cultura se comporta respecto de la sexualidad como un pueblo o un estrato de la población que ha sometido a otro para explotarlo. La angustia ante una eventual rebelión de los oprimidos impulsa a adoptar severas medidas preventivas. Nuestra cultura de Europa occidental exhibe un alto nivel dentro de ese desarrollo.[8]
En este conflictivo abrazo entre sexualidad y explotación, vemos activarse, de golpe —y más allá o más acá de las demarcaciones que el propio Freud intenta vacilantemente establecer en este y otros textos—, una (in)diferenciación —diferenciación en la indiferenciación— entre vida y muerte, entre pulsión de vida y pulsión de muerte. Tal como un pueblo o un estrato de la población logra sustraer y utilizar para su beneficio y enriquecimiento las fuerzas vitales de otro pueblo u otro estrato, así también lograrían las energías psíquicas sexuales ser sustraídas y consumidas en otros procesos por la cultura. “Explotación sexual” nombraría, entonces, la sustracción y el consumo de energías psíquicas sexuales indispensables para la constitución y el desarrollo cultural de la humanidad.
El vínculo entre explotación sexual y cultura queda expuesto aquí como vínculo constitutivo. Esto quiere decir no que al interior de una cultura dada, ya constituida, pueda, eventualmente, llegar a generarse, entre otras, un tipo de actividad, una instancia, un tipo de relación social que pudiera calificarse como explotación sexual, sino que, obedeciendo a la compulsión de una necesidad económica, la constitución y el desarrollo de la cultura —de cualquier cultura— implica de hecho y necesariamente, como su condición de posibilidad, la instauración y el ejercicio de un régimen económico general de explotación sexual.
Serán precisamente las energías psíquicas sustraídas a la sexualidad, consumidas y explotadas con otros fines —fines no inmediatamente sexuales—, las que, según este modelo, permitirán a la humanidad, entre otras cosas y siempre deficitariamente, protegerse de la Naturaleza y regular sus relaciones sociales gracias a los productos de su trabajo, las instituciones que se da y las leyes que instituye. Solo la explotación de estas energías, sugiere Freud en el texto, dará lugar a la cultura como producción específicamente humana, como producción de humanidad.[9]
Una vez más nos encontramos con un doblez, con una ambivalencia en el origen, no con la identidad sino con la sustracción, la suplantación, el desvío, el desplazamiento: la cultura —precisamente aquello que caracterizaría la humanidad de lo humano, lo que diferenciaría a lo humano de lo animal, al hombre del lobo, tendría lugar, al mismo tiempo, en un mismo y necesario movimiento, como explotación sexual.
Quisiera detenerme aquí un momento; el momento de una cierta catástrofe, de una cierta aporía de la que —con razón, podríamos decir— el propio Freud, vacilantemente, parece querer y no poder escapar; vía de escape que también Roudinesco busca abrir, con y contra Freud.
Si la explotación en general es definida en El malestar en la cultura como sometimiento —sometimiento de una clase o un estrato social a su explotación por parte de otro—, y la explotación sexual como sometimiento de la sexualidad a su explotación cultural, no resulta del todo plausible seguir afirmando que en ese sometimiento —en el acto de someter y someterse una inclinación, una fuerza, a otra que se le opone— no esté operando ya la pulsión de agresión como el “retoño y el principal subrogado de la pulsión de muerte”[10].
De ser así, ni siquiera el acceso a la cultura —a la ley, a la institución, a la educación, etc.—, permitiría arrancar a la humanidad de su propia pulsión de muerte, porque la generación misma de ese acceso (bajo la forma de la ley, la institución, la sociabilidad, el cultivo de la tierra, de las artes, de las técnicas, etc.) implicaría, precisamente, en y como práctica general de explotación, el ejercicio de la fuerza destructiva de la pulsión de muerte. En un cierto sentido, la cultura podría definirse, siguiendo este argumento, como una lucha de la pulsión de muerte contra la pulsión de muerte. Cualquier victoria en esta batalla tendría que entenderse entonces, irrefutablemente, también, a su vez, como una derrota.
Es cierto que en muchos pasajes de Más allá del principio del placer y de El malestar en la cultura, el propio Freud hace esfuerzos por diferenciar claramente las manifestaciones del amor de las manifestaciones de la agresividad. Sin embargo, también es cierto que esos esfuerzos se exponen, en otros tantos pasajes, como fracasos evidentes; sus referencias al sadismo y al masoquismo parecen constatarlo.
Al mismo tiempo, a partir de este ejemplo podía colegirse que las dos variedades de pulsiones rara vez —quizá nunca— aparecían aisladas entre sí, sino que se ligaban en proporciones muy variables, volviéndose de ese modo irreconocibles para nuestro juicio. En el sadismo, notorio desde hacía tiempo como pulsión parcial de la sexualidad, se estaba frente a una liga de esta índole, particularmente fuerte, entre la aspiración de amor y la pulsión de destrucción; y en su contraparte, el masoquismo, frente a una conexión de la destrucción dirigida hacia adentro con la sexualidad, conexión en virtud de la cual se volvía hasta llamativa y conspicua esa aspiración de ordinario no perceptible.[11]
Será en esta doble ligazón entre sexualidad y destrucción —sadismo por una parte y masoquismo por otra— donde encontraremos las expresiones más claras de la co-implicación entre explotación sexual y pulsión de muerte —y por lo mismo,entre cultura y destrucción. Aquí, la explotación sexual como acceso a la cultura, no nombraría meramente una serie de procesos de suave desplazamiento, sustitución, desvío y sustracción de energías psíquicas sexuales; sino también, con ellos (in)diferenciablemente tramados, de altos grados de hostilidad y agresividad dirigidas hacia afuera o hacia adentro, según sea el caso.
Estas dos pulsiones “contrapuestas” estarían de tal modo entrelazadas, que tampoco resultaría posible decir con claridad cuál de ellas es la que en cada caso, en cada instante, domina, o la que en cada caso, en cada instante, se ve puesta al servicio de la otra.[12]
Entre las operaciones que caracterizan la indispensable regulación de los vínculos sociales, Freud identifica la instauración del derecho como paso cultural decisivo. La explotación sexual será al mismo tiempo, condición de posibilidad y efecto de ese paso que sólo en la regulación de los vínculos sexuales logra regular las relaciones sociales y que regulando las relaciones sociales, regula también, inevitablemente, las relaciones sexuales. De lo que se trata aquí, ante todo, es de sustituir el poder del individuo por el de la comunidad.
La convivencia humana sólo se vuelve posible cuando se aglutina una mayoría más fuerte que los individuos aislados, y cohesionada frente a estos. Ahora el poder de esta comunidad se contrapone, como «derecho», al poder del individuo, que es condenado como «violencia bruta». Esta sustitución del poder del individuo por el de la comunidad es el paso cultural decisivo. Su esencia consiste en que los miembros de la comunidad se limitan en sus posibilidades de satisfacción, en tanto que el individuo no conocía tal limitación. El siguiente requisito cultural es, entonces, la justicia, o sea, la seguridad de que el orden jurídico ya establecido no se quebrantará para favorecer a un individuo. (…).
El resultado último debe ser un derecho al que todos —al menos todos los capaces de vida comunitaria— hayan contribuido con el sacrificio de sus pulsiones y en el cual nadie (…) pueda resultar víctima de la violencia bruta.[13]
El derecho se presenta aquí como salida, como liberación colectiva de la “violencia bruta” de los individuos que de otro modo jamás limitarían las posibilidades de satisfacción de sus pulsiones. Cabría sospechar que, moviéndose contra su propia pulsión de muerte, supone Freud en este pasaje que la vida humana en común resulta posible cuando, organizada y ejercida como “derecho” común, como “justicia” común, se impone sobre la fuerza bruta de los individuos para dar lugar y proteger a la misma comunidad que, mediante “el sacrificio de sus pulsiones” los instituye.
El carácter aporético de esta solución se dejaría sentir, no obstante, estructuralmente, en la exigencia económica del sacrificio, y empíricamente, en las experiencias de la vida y de la historia.
La instauración del derecho demanda de los individuos, limitación y sacrificio de sus pulsiones. El sacrificio cobra aquí la forma de la explotación sexual y requiere, para realizarse, que los individuos ejerzan al menos cierto grado de violencia respecto de sí mismos, respecto de sus pulsiones, para someterlas, contenerlas, desplazarlas, para inhibirles la meta sexual, alimentando y fortaleciendo mediante ese mismo ejercicio de la violencia la unión de la comunidad, que se expresará entonces entre otras cosas como amistad, como ternura pero también como derecho. La erradicación de la violencia bruta que porta como promesa el derecho no podrá, por lo mismo, resultar jamás efectiva, dado que es precisamente el ejercicio de la violencia lo que estructuralmente posibilita su instauración.[14]
Pero no es solo en el marco estructural de la economía psíquica freudiana donde la aporía de esta solución queda nítidamente expuesta, sino también, insistentemente, en todas esas experiencias de la vida y de la historia —¿y cuáles no serían esas experiencias?— en las que el derecho y la justicia entendida como imperio del derecho se exponen como aplicación de la fuerza por otros medios; medios más sutiles, si se quiere, de ejercer la violencia para controlarla; medios que con frecuencia se ven además burdamente reapropiados por individuos que, trabajando para mantener y acrecentar su propio poder, hablan y deciden en nombre de la ley como poder de la comunidad.
Aquí y allá parece posible constatar que la restricción de los placeres, que el sacrificio de las pulsiones, no ha resultado en la institución de un derecho en el cual nadie pueda ser víctima de la violencia bruta, sino más bien en la normalización de una violencia que aparentemente se sublima como ley, como regla, logrando así encubrir el ejercicio de su propia e insistente arbitrariedad. Motivo, éste, entre otros, de lo que posiblemente cabría caracterizar hoy como nuestro creciente y agudizado malestar en la cultura.
El llamado “caso Colonia Dignidad” en Chile resulta, respecto de las cuestiones aquí expuestas, y particularmente respecto de la relación entre explotación sexual, cultura y derecho, digno de análisis. Emblema para muchos que la defendieron en Chile de una cultura del orden, del trabajo y del amor al prójimo, Colonia Dignidad expone al mismo tiempo evidencias de una continua tendencia humana a vivir y participar de la propia aniquilación como si se tratara de la salvación.
II. Something is Rotten in the State of Denmark
Sociedad Benefactora y Educacional Dignidad fue el nombre que entre 1961 y 1991 enarboló jurídicamente en Chile el enclave alemán conocido coloquialmente por chilenos y extranjeros como Colonia Dignidad. [15]
La beneficencia, la caridad, el altruismo, fueron durante décadas las señas discursivas bajo las cuales el Estado chileno amparó legalmente, nutrió económicamente y defendió —o en ocasiones simplemente ignoró— políticamente la organización, las empresas y actividades de esta especie de secta religiosa de inmigrantes alemanes que, liderada por Paul Schäfer, se estableció a comienzos de los años sesenta en las comunas de Parral y Bulnes[16]. Esas mismas señas habrían incidido también —cuando no lo hicieron el desinterés y la desinformación— sobre la hospitalidad, admiración y protección que durante décadas desplegó frente a la colonia parte importante de la sociedad chilena.
A poco tiempo de su fundación, las evidencias de un sorprendente desarrollo económico-material de la colonia, debido, al parecer, a la dedicación, la entrega, el tesón, la disciplina y la asombrosa voluntad de trabajo de los colonos, habrían venido a fortalecer los efectos del discurso de la caridad con los signos de un desarrollo cultural ejemplar:
A punta de un trabajo titánico, los colonos de Dignidad transformaron campos eriazos y despoblados en un verdadero paraíso. Lograron cultivar sobre tierra que sólo producía brezo y levantaron casas donde antes no había más que matorrales. En cinco años consiguieron lo que ninguno de sus pueblos aledaños: tenían un hospital y una escuela que atendían gratuitamente a los pobladores de la zona[17]; una planta chancadora, fábricas de cecinas y ladrillos, panadería, molino. (…)Como sea, el “milagro alemán” saltaba a la vista.[18]
Detrás del milagro no había milagro. Las prácticas de explotación sexual —en sentido psicoanalítico freudiano— que alcanzaron en la colonia grados de intensidad y literalidad casi inverosímiles, y que sin embargo se sostuvieron por al menos cuarenta años, parecen haber sidola condición fundamental del funcionamiento de este régimen en el que los efectos del (in)diferenciable abrazo entre pulsión de vida y pulsión de muerte se exhiben por todas partes.
Por más de cuarenta años Colonia Dignidad “dispuso de 200 adultos o más, en promedio, y cerca de 100 niños (que, a su vez, se transformaron en adultos muy productivos), que trabajaban seis o siete días a la semana en jornadas de 12 a 15 horas diarias (…).”[19] Habiendo donado ya todo su patrimonio y bienes a la Sociedad —es decir, a Schäfer y a sus jerarcas— los colonos recibían como única remuneración por este “trabajo titánico”, un techo bajo el cual dormir, el alimento que necesitaban para mantenerse vivos y una muda de ropa usada que podían cambiar por otra cuando la anterior quedaba inutilizable.
El control permanente y extremo de cualquier tipo de actividad sexual reconocible, impuesto desde un comienzo por Schäfer como principio básico de una vida dedicada a Dios y al prójimo, aceptado y avalado de hecho por la mayoría de los colonos, habría operado no sólo como uno de los más eficaces y determinantes dispositivos de control social de este grupo de trabajadores esclavizados, sino también como instancia de desviación de sus energías psíquicas sexuales hacia la producción material del un “milagro” cuantificable bajo la forma de casas, cultivos, cecinas, ladrillos, un hospital e incluso, un coro que con orgullo se presentaba ante las autoridades chilenas cuando visitaban el enclave.
La represión sexual es una condición central para explicar la prolongadísima subsistencia de la secta. (…)El control de la sexualidad impuesto por Schäfer comienza ocultando a los jóvenes colonos toda información sobre sexualidad, reproducción y familia. (…)Los colonos estaban separados por grupos etarios y sexo y las pocas familias que hubo vivían en diferentes viviendas, comían en mesas separadas y dormían distanciados por muros, alambres y cámaras.[20]
Se evitaban a toda costa los contactos entre hombres y mujeres. Los matrimonios eran escasos, limitados a la jerarquía y cuando las mujeres ya no estaban en edad fértil. Las relaciones sexuales, cuando las había, se practicaban de manera furtiva.[21]
La mayor parte de los colonos asumieron —así al menos lo señalan en su declaración pública del año 2006, escrita poco después de la captura de Paul Schäfer en Argentina, aproximadamente diez años después de su fuga de Chile— que estas “restricciones materiales y personales” eran “coherentes con la vocación de servicio y sacrificio” que reclamaba esta gran empresa de amor, esta “entrega por la causa de Dios” que durante largo tiempo, según sugieren, habrían confundido con la causa de su líder.[22]
Si bien este sacrificio de pulsiones sexuales en nombre de la caridad, esta aparente e insólita expansión e intensificación del amor de meta inhibida resultó en el secreto enriquecimiento de Schäfer y sus jerarcas y en la producción de casas, cultivos y embutidos donde antes no había más que brezo, no parece haber dado lugar, en ningún caso, al paso cultural decisivo, es decir, a la sustitución del poder del individuo por el de la comunidad, y mucho menos, a un derecho que garantizara que ningún miembro de esa “comunidad” pudiera resultar víctima de la violencia bruta. No florecieron allí ni la ternura ni la amistad como sublimaciones civilizadas y civilizatorias de una sexualidad inculta. Lo que entre los colonos prosperó en cambio con fuerza arrasadora, fue un sistema de relaciones de vigilancia y delación mutuas[23], prácticas permanentes y más o menos generalizadas de maltrato y tortura ejercidas, sin embargo, con especial rigor, sobre niñas y niños[24], hijas e hijos de los propios colonos y niñas y niños chilenos de la zona, adoptados, cooptados o raptados por la colonia.[25] No existía en el enclave otra ley que la arbitrariedad de Schäfer —de quien se ha dicho que en la colonia “era dueño absoluto de la vida y de la muerte de los miembros de la comunidad”[26]— y a ella se sometieron religiosamente casi todos los colonos. Mientras ellos, en nombre de la caridad y la vocación de servicio, según indican, trabajaban como esclavos, renunciaban al sexo y a sus vínculos familiares y de amistad[27], Schäfer abusaba sexualmente, de manera sistemática y sin restricciones, de sus hijos y de los hijos de pobladores chilenos de la zona y sometía cotidianamente, con ayuda de los jerarcas y colaboración de los mismos colonos, a niñas, niños, jóvenes y adultos a brutales maltratos físicos y psíquicos:[28]
Todos —sostienen los colonos en su Declaración Pública— aceptamos a Paul Schäfer en su obsesión por la pureza moral y especialmente en la protección de la juventud contra tentaciones sexuales. Las críticas de Schäfer contra el matrimonio crearon principalmente en la juventud la convicción de que tal institución era pecaminosa y sus obsesiones llegaron al punto en que las mujeres encinta fueron obligadas a evitar contacto con los demás y quedar aisladas dentro o fuera del predio hasta el parto. La exageración de una moral aparentemente tan estricta fue, sin embargo, el muro de protección detrás del cual Schäfer cultivó su perversión. Entre los niños, los propios hijos para quienes él era la única y exclusiva autoridad, eligió a sus víctimas (…).A los niños, mantenidos en total ignorancia del sexo, los obligó a no contar a nadie lo que les sucedía, ni entendieron lo que Schäfer les hacía, confundiendo sus perversiones con muestras de especial cariño de parte de este ídolo en que él se había constituido.
A poco de nacer, los niños fueron separados de sus padres e integrados pronto a grupos de infantes separados por sexo. Las madres quedaban así libres para el trabajo y, al mismo tiempo, se impedían los vínculos estrechos entre madre e hijo. Los niños no llegaron a reconocer a sus padres ni a sus propios hermanos. Aún hoy, muchos padres no comprenden cómo pudieron aceptar la renuncia a su responsabilidad para con sus hijos. (…)
Al desintegrarse los lazos familiares e impedirse las relaciones entre personas de diferentes sexos, Schäfer surgió como la única fuente de amor o afecto y, por lo mismo, el ideal para todos era ser distinguidos por él y ser favorecidos con sus palabras y gestos amables. Por el contrario, disgustar a Schäfer representaba, aparte de brutales castigos y del desprecio de toda la comunidad, la pérdida del favor del único dispensador de afecto en la Villa.[29]
Exponer al perverso y su perversión, aislarlo, ponerlo fuera, colocarlo en el lugar de la excepción, identificarlo como anómalo origen de todos los males, en especial, del mayor de todos, aquél que termina por confundir el amor con el odio, la vida con la muerte, permitiría, en última instancia, rescatar la bondad, la inocencia, la normalidad, del fondo oscuro de una siniestra confusión.
Sintomáticas resultan en este sentido, las dos versiones expuestas, por una parte por los colonos, y por otra por el fallo de la justicia chilena en el 2014, de los motivos del traslado a Chile de la secta alemana, fundada a mediados de los años cincuenta en la ciudad de Seiburg en Alemania bajo el nombre de “Misión Social Privada”.
Los colonos explican de este modo en su Declaración Pública del año 2006 el motivo del traslado de la secta a Chile:
El grupo de inmigrantes alemanes que ingresó a Chile en 1961, junto a Paul Schäfer, había vivido la guerra, sufrido la destrucción de su sociedad nacional y el aparente fracaso de muchos valores inmanentes de la humanidad. Todo ello llevó a muchos seres humanos a abrirse a la reflexión y a la fe. Entre ellos, nuestros fundadores reconocieron con sincera convicción una meta nueva en el servicio al prójimo y en la ayuda solidaria a los necesitados. Ese fue el principal sentido de su emigración, para la cual entregaron todos sus bienes.[30]
El fallo judicial del 2014 por el episodio “Asociación Ilícita ex Colonia Dignidad” ofrece, por su parte, una explicación muy distinta de los motivos de la emigración:
Que, el decreto de investigar informa que varios colonos fundadores, en sus declaraciones, según la orden de investigar expedida por el 14º Juzgado del Crimen de Santiago, causa Nº 136.414 – FL, por el delito de contrato simulado, señalaron que antes de llegar a Chile, ellos participaban o eran miembros de una organización denominada “Misión Social Privada”, orientada a prestar ayuda a huérfanos y niños necesitados en Alemania, en ese tiempo dirigida por Paúl Schäfer, Hermann Schmidt y Hugo Baar, desconociéndose el comportamiento específico de sus miembros en Alemania.
Que, expresa la orden, se confirma que la “Sociedad Benefactora y Educacional Dignidad”, es continuadora de la organización alemana “Misión Social Privada”, entidad donde Paúl Schäfer habría abusado sexualmente de niños, delitos que motivaron que la Fiscalía de Bonn solicitara su detención, pero no fue ubicado por la policía alemana en ese tiempo; y que esta situación que afectaba directamente a su líder y a la organización misma no pudo ser desconocida por los demás miembros de la entidad.
Que se desprende, sostiene el informe, que los iniciadores o gestores de la Corporación en Chile, ya traían problemas judiciales desde Alemania, por lo que, independiente del resultado de las pesquisas judiciales, el origen de la denominada “Sociedad Benefactora y Educacional Dignidad”, no resulta del todo transparente y hacen dudar de las verdaderas intenciones que se tuvo en cuenta, para formar la sociedad en nuestro país.[31]
Esta falta de transparencia en el origen —primerísima falta moral que, más allá de todos los posibles resultados de las investigaciones judiciales por venir, inevitablemente y de antemano hace dudar de las verdaderas intenciones que se tuvo en cuenta para formar la sociedad en nuestro país— es la que la declaración de los colonos en el 2006 parece infructuosamente tratar de eliminar instalando en su lugar un relato fundacional sin ambigüedades; relato de los fundadores que reconocieron con sincera convicción una meta nueva en el servicio al prójimo y en la ayuda solidaria a los necesitados; relato que en lugar del crimen como origen pone el amor, en lugar de la confusión, la verdad de la sincera convicción. Fragilidad, sin embargo, de esta economía discursiva de las sustituciones que, reiterando la argucia legal que ex profeso lo excluyó desde un comienzo de todos los registros oficiales de propiedad y de constitución de la corporación, olvida contar entre “los fundadores” al mismísimo fundador, al líder bajo cuyo implacable dominio reconocen haber vivido totalmente sometidos los miembros de esta “comunidad”[32]; fragilidad que sintomáticamente expone la falta de transparencia en el origen que este mismo discurso intenta eliminar y que inevitablemente lo alcanza y afecta también a él mismo, haciendo dudar de sus verdaderas intenciones.
Denunciar esta ambigüedad de origen en el origen sería, al menos en parte, hoy, la estrategia de la “justicia” chilena; huir de ella a toda costa, la de los colonos después de la captura de su líder. Se trataría, en cualquier caso, de no seguir —”la justicia” (y con ella, el Estado), y los colonos— atrapados en ella, contaminados por esa confusión primaria que impide, que ha impedido, diferenciar la ayuda solidaria de la perversión, el servicio al prójimo del delito y el abuso, la generosidad y la entrega del castigo, el placer del dolor, la inocencia del pecado, la normalidad de la anormalidad, el bien del mal, el amor y la vida, de la destrucción y la muerte. En la sospecha y en el olvido encontrarían respectivamente “la justicia” y los colonos, la posibilidad de desmarcarse por fin de esa originaria confusión, de ese caos que en el principio y como principio les habría impedido, hasta hace poco, mantener el quicio, tomar decisiones propias, poner atajo al desarrollo anómalo de una historia en la que, durante más de cuarenta años, se vieron involucrados como protagonistas, ciegos y desorientados, considerando la verdad como rumor y calumnia[33], colaborando sin quererlo con el mal cuando creían hacer el bien.
Para los colonos, al menos desde su declaración pública del año 2006, esta falta de transparencia en el origen cristaliza en el nombre de Paul Schäfer.
Esta anarquía en el principio habría sido, al parecer, el origen del problema —problema de y para la justicia, la política, la economía, la sociedad y el Estado chilenos; problema de y para los colonos—: no haber sabido, no haber podido detectar y corregir a tiempo esa falta de transparencia en el origen de una “historia” que en y a partir de ella se desplegaría en un permanente y siniestro desdoblamiento; desligada, desde el principio, de su verdadero fin, de su sentido, de su identidad; abierta permanentemente, por tanto, al equívoco, a la confusión, a la errancia y al error vital, a la errancia y al error interpretativo; nunca, ni siquiera hoy, reconocible, esa historia, como una y la misma. Por eso se habrían podido pensar y decir, respecto de esa “historia”, las cosas más contradictorias y tomar respecto de ella las más diversas posiciones.[34]
Todo parece indicar, entonces, que de haber estado claras las cosas desde un comienzo —claras las intenciones y la perversión de Schäfer; claras las intenciones de sus más cercanos colaboradores—, la historia de la colonia en Chile habría sido otra, más parecida a sí misma, discursiva, legal y vitalmente consistente, eximida de esa duda que retrospectivamente obliga ahora a preguntar sin descanso y en cada caso por las verdaderas intenciones —no sólo las de los fundadores y los colonos alemanes, sino también las de sus defensores en la sociedad y los aparatos del estado chilenos.
Lo que esta indicación supone es que la transparencia en el origen habría sido efectivamente posible; y posible, no sólo en el caso particular de esta “sociedad” (Sociedad Benefactora y Educacional Dignidad), sino que lo sería o podría serlo también en el de cualquiera —que lo habría sido, por ejemplo, en el caso de la sociedad chilena o en el de la constitución de ese mismo sistema judicial que hoy denuncia su falta. Supone entonces esta suposición que precisamente en esa falta de transparencia en el origen, en la duda que ella inevitablemente desata respecto de las verdaderas intenciones, radica la médula de la excepcionalidad del “caso Colonia Dignidad”, y de la excepcional perversión de Schäfer —excepcionalidad que habiéndose vuelto ahora, por fin visible, podrá ser aislada, sancionada, devuelta a su verdadero lugar, sujeta a su principio, juzgada a la luz de una normalidad de origen transparente.
Las declaraciones y testimonios de los colonos que lograron fugarse de la colonia[35] parecen, no obstante, dificultar la posibilidad de este exorcismo. Lo que pretende presentarse como una excepcional falta de transparencia en el origen, como excepcional opacidad de las verdaderas intenciones —opacidad perversa que los colonos quisieran hoy, o el 2006, en y bajo el nombre de Schäfer, expulsar, dejar fuera de una originaria vocación de servicio— reaparece, en estos testimonios, enlazada a la “vida” de esta “comunidad”, operando como norma; norma fuera de norma del origen de su “historia”; norma fuera de norma también, habría que agregar, del origen de cualquier historia —como lo habría anunciado Freud en sus escritos sobre sexualidad infantil[36]—, de cualquier sociedad, de cualquier cultura; principio —sin principio— constitutivo y antisocial de la sociabilidad; principio anómico que las historias que esas mismas sociedades elaboran como propias, tienden continuamente a ocultar, a olvidar, a sepultar, a suplantar; norma fuera de norma que en la colonia, bajo un régimen extremo de explotación sexual, habría subordinado con excepcional intensidad y extensión el principio de placer a la pulsión de muerte.
En marzo de 1985 algunos colonos que habían logrado fugarse, entre ellos uno de los primeros y más cercanos colaboradores de Schäfer, presentaron sus denuncias ante el Parlamento alemán. Lo que sigue son fragmentos de las declaraciones de Lotti Packmor y de Hugo Baar:
Se juntaban los niños en una sala grande, especialmente construida para esto en el hospital nuevo [Neuekrankenhaus] en el fundo. Ahí había doce camas en un círculo. Los niños tenían que acostarse de espaldas, totalmente desnudos y detrás de cada cama o de dos había un vigilante, uno de los cuales fui yo también durante el primer tiempo. (…) Después se les observaba. Cuando se les movían los párpados, era que los niños estaban despiertos. Entonces los sacaban y les daban una bofetada. Pero cuando se movía algo en la zona del sexo, entonces salía el niño… lo sacaban y le aplicaban una picana [corriente eléctrica], incluso en los testículos, y le daban una ducha helada.
Los hombres presentes lo golpeaban y volvía a la cama. (…) Los encargados eran la Dra. Seewald y la matrona Ingrid Seelbach. Cuando yo estaba ahí, vi como la Dra. Seewald les ponía inyecciones en los testículos, los testículos se hinchaban y parece que con ello se pretendía eliminar su función.[37]
Desde hace unos tres años Peter [Rahl, sobrino de los Packmor] está en tratamiento psiquiátrico con la Dra. Seewald en nuestro hospital. No sé cuántas veces lo han choqueado [aplicado electroshocks] (…). Unos meses después de este tratamiento brutal me llamaron al hospital para que junto con Karl van der Berg bañáramos a Peter. No he podido olvidar el aspecto de Peter. De la boca le corría permanentemente un líquido espeso, todo su cuerpo tiritaba, apenas podía caminar, no podía lavarse o afeitarse solo. Nosotros dos hicimos esto durante varias semanas (…). Según me enteré, la causa para este tratamiento, que ya duraba tres años, fue que Peter pretendía a una amiga de infancia a la que habló o le escribió una nota.[38]
Quisieran los colonos en su Declaración Pública separarse finalmente de Schäfer como si se separaran así de una negatividad, de una oscuridad que, viniendo de lejos, de fuera, hubiese logrado colonizarlos a ellos mismos, colonizar la originaria transparencia de su amor y de su buena voluntad; transparencia originaria de la cual en esta historia, sin embargo, no parecen encontrarse mayores señas.
A partir de la fuga del país de Paul Schäfer y de su posterior aprehensión por parte de las autoridades, empezó entre los habitantes de Villa Baviera un difícil y agudo proceso que ha tenido por objeto: averiguar la verdad de los hechos que sucedieron en nuestra comunidad a lo largo del tiempo; precisar cual fue la causa de tan dolorosos sucesos; alcanzar una convivencia pacífica y el perdón recíproco entre los habitantes de Villa Baviera; y trabajar por insertarnos en la normalidad y tolerancia que conforman la vida de la comunidad chilena. (…)
Hoy sabemos que, independientemente de las buenas intenciones de la gran mayoría, también fuimos víctimas de grandes males en contra de nosotros mismos, de niños nuestros y de niños ajenos, y se victimizó a personas externas con las que no teníamos ninguna vinculación y sobre las que no teníamos tampoco ningún derecho. (…)
Toda esta equivocada forma de vida y la opresión creada y controlada por Schäfer, significó el atropello práctico de todos los derechos y obligaciones que la Constitución chilena y los Pactos Internacionales reconocen a los seres humanos. Así unos se convirtieron en esclavos de Schäfer, verdaderos autómatas atentos solo a obedecer sus órdenes, a trabajar sin descanso ni horario, y a no disgustarlo. A otros, por seducción sectaria, les determinaba su voluntad por completo, así que le seguían por plena convicción.[39]
Curioso y redoblado movimiento el que aquí se expone: alejarse de la falta de transparencia en el origen para, sin quererlo, volver a ella en el fin.
Intentando huir de la perversión y del dominio de Schäfer después de su captura, los colonos dicen querer al fin llegar a Chile; lo hacen, manifestando en su declaración pública, una voluntad general de insertarse en la normalidad y la tolerancia que conforman la vida de la comunidad chilena. Después de más de cuarenta años de haber vivido en Chile, reconocen no haber vivido aun jamás en Chile, no haberse incorporado nunca a su régimen de normalidad y tolerancia. Algo dice esto, no solo de lo que, de hecho, tenía de colonizadora la empresa de la colonia[40], sino también, de la extraña “normalidad”, de la extraña “tolerancia” de aquella “comunidad” en la que dicen, el 2006, querer insertarse.
¿Qué podrían significar “normalidad” y “tolerancia” en una “comunidad” que sin mayores dificultades albergó durante más de cuarenta años, incluso en tiempos que ella misma califica de “normales” —esto es, no sólo durante, sino antes y después del estado de excepción instaurado por la dictadura militar con la cual la colonia, en su propio régimen de excepcionalidad, estableció desde un comienzo estrechos vínculos de colaboración[41]—a esa colonia de la cual los colonos intentan ahora huir?
Ignorando, ocultando o incluso obstaculizando sistemáticamente desde un comienzo las denuncias sobre lo que en la colonia ocurría, una cierta “comunidad chilena”[42] —la de aparatos y personeros del Estado, la de profesionales, políticos y empresarios que activa o pasivamente defendieron a Schäfer y a la colonia— dio durante más de cuatro décadas claras muestras de una tolerancia que, cabría suponer, ningún estado de derecho podría en ninguna parte aceptar como “normal” sin disolver, en el acto, la verosimilitud de su propia legitimidad. Contra esta normalización de la excepción, contra esta tolerancia, debieron batallar y en algunos casos siguen batallando tenazmente y en distintos frentes algunas de las víctimas y familiares de las víctimas de Schäfer y de la colonia que alguna vez vivieron en ella como colonos o “invitados”; víctimas o familiares de las víctimas que durante la dictadura estuvieron allí detenidas, fueron torturadas y muchas de las cuales desaparecieron; algunos periodistas o investigadores, algunos políticos, algunos abogados y miembros del poder judicial que desde hace décadas, pero mayoritariamente en los últimos años, han hecho esfuerzos por investigar, denunciar y/o condenar los crímenes allí cometidos.
Se habla desde hace tiempo en Chile del “caso Colonia Dignidad”, como si el término “caso” nombrara una excepción a la norma. Pero sabemos ya de sobra, que “la historia” de nuestra civilizada humanidad está de parte a parte poblada de “casos”, que su norma es el continuum de la excepción.
“La tradición de los oprimidos —escribe Walter Benjamin— nos enseña que el “estado de excepción” en que vivimos es la regla. Tenemos que llegar a un concepto de historia que le corresponda. Entonces estará ante nuestros ojos, como tarea nuestra, la producción del verdadero estado de excepción (…).”[43] La pregunta por lo que implicaría, por lo que exigiría, en cada caso, la producción del verdadero estado de excepción sería, ante estas y tantas otras experiencias de la vida y de la historia de la “humanidad civilizada”, una pregunta políticamente imprescindible. Pregunta por la posibilidad de producción de una comunidad capaz de interrumpir, en su acontecimiento, el continuum de un régimen histórico y psíquico de dominación/sometimiento.
Notas
1. Este texto fue escrito como parte del desarrollo de un proyecto de investigación titulado “Imaginarios del género, representaciones del cuerpo y mercados del sexo en Chile (Siglo XX)” (Proyecto Fondecyt 1131144), al que fui invitada a participar como co-investigadora, junto a Lilith Kraushaar y Andrea Kottow, por Jorge Pavez Ojeda, investigador responsable del proyecto.
2. Sigmund Freud (1992a: 108).
3. La lectura que hace años hice y que no terminaré de hacer de Mal de archivo de Derrida, ha tenido sobre este texto un impacto cuya intensidad e insistencia no lograré precisar pero que puedo reconocer trabajando en él desde el “principio”, como aquí: “Esta pulsión, por tanto, parece no sólo anárquica, anarcóntica (no olvidemos que la pulsión de muerte, por muy originaria que siga siendo, no es un principio, como lo son los principios de placer o de realidad): la pulsión de muerte es, en primer lugar, anarchivística, se podría decir, archivolítica. Siempre habrá sido destructora del archivo. Por vocación silenciosa.” (Jacques Derrida (1997: 18).
4. Sigmund Freud (1992a: 108).
6. Élisabeth Roudinesco (2009: 110).
9. En un sugerente texto titulado “Sexual Revolutions. Towards a Brief History, from the Fall of Man to the Present”, David Bennett recuerda que el modelo económico-libidinal de Freud es uno que puede ser y ha sido fuertemente cuestionado. “Existen dos modelos básicos de la economía libidinal de la revolución, que podrían llamarse modelos freudiano y reichiano, o pequeño-burgués y socialista, o puritano y keynesiano —el primero basado en una concepción del gasto como agotamiento o pérdida, el segundo en una concepción del gasto como generación de riqueza.” (39). La relevancia de esta diferencia queda, al menos en parte, claramente expuesta en la cita que Bennett toma de Reich (“The Sexual Revolution: Toward a Self-Governing Character Structure”) y en la que éste desarrolla una fuerte crítica a la teoría freudiana de la economía libidinal: “«existen sociedades altamente cultivadas sin supresión sexual alguna y con una vida sexual totalmente libre. Lo que es correcto en esta teoría es únicamente que la supresión sexual forma la base psicológica-de-masas para una cierta cultura, a saber, la patriarcal autoritaria, en todas sus formas.»” (43). En su casuística, el texto de Bennett desemboca, sin embargo, en conclusiones bastante más complejas que parecen, a ratos al menos, poner en cuestión esta tesis de Reich. De cualquier modo, cabría afirmar, desde esta lectura de Bennett, que el modelo freudiano seguiría siendo un modelo pertinente de análisis aplicable a las culturas patriarcales autoritarias mundialmente predominantes.
10. Sigmund Freud (1992a: 118).
12. Las manifestaciones de agresividad y de destrucción orientadas contra el mundo exterior, están puestas —señala Freud en el pasaje anterior— al servicio del amor en la medida en que evitan, de ese modo, dirigirse contra el “interior” contra “sí mismo”, es decir, volverse autodestructivas. Por otra parte, la orientación de las energías destructivas hacia “adentro” serviría a su vez al fomento y expansión de los vínculos libidinales —coartados en su fin— que mantendrían unida a una comunidad. Evidentemente esto no significa que la destrucción y la muerte se vean siempre simplemente puestas al servicio del amor y de la vida; parece más bien indicar que no es posible servir al amor y a la vida sin servir, al mismo tiempo, de algún modo, a la muerte. El final de Más allá del principio de placer nos lo recuerda en una abrupta inversión: “El principio de placer parece estar directamente al servicio de las pulsiones de muerte (…).” (61) A la luz del comienzo de El malestar en la cultura —donde leemos: “Es simplemente, como bien se nota, el programa del principio de placer el que fija su fin a la vida. Este principio gobierna la operación del aparato anímico desde el comienzo mismo; sobre su carácter acorde a fines no caben dudas, no obstante lo cual su programa entra en querella con el mundo entero, con el macrocosmos tanto como con el microcosmos. Es absolutamente irrealizable, las disposiciones del Todo —sin excepción— lo contrarían (…)” (76)—, la amalgama entre estos dos instintos “originarios” parece imposible de descomponer —salvo en una apuesta puramente teórica. Por lo mismo, habremos de reconocer que el principio del placer coincide de algún modo, en algún punto, con la pulsión de muerte; que su programa entra en querella con el mundo entero quizá porque, antes que nada, entra, está siempre en querella consigo mismo, porque la querella, la lucha entre el amor y la muerte opera ya, desde siempre, en él, como pulsión de destrucción. Únicamente en esta batalla, entendida como norma, podrían estas pulsiones (in)diferenciarse.
13. Sigmund Freud (1992a: 93-94).
14. Fundamental recordar en este punto el texto de Benjamin “Para una crítica de la violencia”, texto que podría leerse aquí también como una crítica del supuesto freudiano respecto del derecho que este mismo texto de Freud, trabajando a la vez con y contra sí mismo, expone en toda su contradicción.
15. El 26 de junio de 1961, durante el gobierno de Jorge Alessandri, “ante notario de Santiago (…) se redujo a escritura pública el Acta de Fundación y los Estatutos de la Corporación de Derecho Privado, denominada “Sociedad Benefactora y Educacional Dignidad”, a solicitud de Hermann Schmidt Georgi”, uno de los primeros y más cercanos colaboradores de Paul Schäfer. El 21 de septiembre de ese mismo año, “mediante Decreto Supremo Nº 3.949, (…) el Ministerio de Justicia concedió personalidad jurídica a la “Sociedad Benefactora y Educacional Dignidad” (Fallo Judicial 2014: 11-12), reconociéndola así, según el Artículo 545 del Código Civil, como “una persona ficticia, capaz de ejercer derechos y contraer obligaciones civiles, y de ser representada judicial y extrajudicialmente”.Después de la cancelación de su personalidad jurídica en 1991, Colonia Dignidad sería conocida también como Villa Baviera.
16. Parral y Bulnes son comunas colindantes ubicadas al sur de Chile, en la VII Región del Maule la primera, y en la VIII Región del Bío-Bío la segunda.
17. Respecto del funcionamiento de este hospital, cabría tener presentes dos datos relevantes. Por una parte, el de su financiamiento, por otra, el de su funcionamiento por fuera de toda norma legal. Según Salinas y Stange “En 1972 el hospital celebró un convenio con el Servicio Nacional de Salud, según el cual esta institución proveía a la colonia de fármacos y medicamentos, además de cancelar las prestaciones mediante una subvención equivalente a un porcentaje del arancel de Fonasa [Fondo Nacional de Salud]. En 1979, otro convenio le entregó al hospital El Lavadero un subsidio mensual de poco más de seis millones de pesos: 80 millones de pesos cada año. Ambos convenios fueron ratificados en 1985 y 1989.” (141).El funcionamiento del hospital ha sido parcialmente descrito por Herman Schwember en Delirios e indignidad: “Todas las informaciones disponibles indican que el Hospital de Villa Baviera, fundado en 1963 como Hospital El Lavadero, bajo la dirección de la Dra. Gisela Gruelhke, fue una institución perfectamente esquizofrénica: por una parte dio servicios médicos de calidad en una escala y con una continuidad como no ha habido probablemente otra experiencia comparable en un medio rural pobre en Chile. Por otro lado, fue el instrumento para manejos médicos criminales mayores, en la escala de la comunidad, durante un período de cuatro décadas.” (251). Refiriéndose a la Dra. Gruelhke, Schwember señala: “Esta doctora en medicina, recibida en Alemania y sin título revalidado en Chile, actuó como directora del Hospital El Lavadero desde su fundación, en 1963, hasta que la dirección fue asumida por el Dr. Hopp (1978). Durante esos 15 años el hospital fue usado para numerosos crímenes, torturas e ilícitos de todo tipo, incluyendo certificaciones falsas de defunciones (caso Ursel Schmidtke), administración sin tasa ni medida de drogas y psicofármacos dañinos, torturas y electroshocks a niños y niñas para inhibir el normal desarrollo sexual, tratamientos inadecuados o insuficientes a pacientes abusados en el trabajo o accidentados” (178).La existencia y funcionamiento efectivo de la escuela se pusieron en cuestión ya en 1968. Respecto de este funcionamiento Schwember señala: “La escuela para niños campesinos que actualmente existe fue creada solamente en 1985 (veinticuatro años después de creada la Sociedad Benefactora), y es una escuela regular del programa subvencionado que se financia casi exclusivamente con aporte fiscal” (158).
18. Salinas y Stange (2005: 58).
19. Herman Schwember (2009: 170).
20. Friedrich Paul Heller (2006: 48).
21. Salinas y Stange (2005: 61).
22. Véase la Declaración pública de los colonos del año 2006, “A nuestros conciudadanos en Chile y en Alemania”.
23. Cada miembro de la comunidad se vigilaba a sí mismo al tiempo que cumplía el papel de vigilante y delator de los demás. “La confesión se transformó en medio de dominación e incluso se confesaban los sueños. La práctica de la confesión seguía una rutina establecida. Quien había sido denunciado debía admitir alguna cosa, que podía ser algo como “yo tomé agua a pesar de que no tenía sed”. El nombre del pecador era escrito en la pizarra de la sala común y el afectado debía explicar en qué consistía su falta durante la siguiente asamblea. (…) Quien era golpeado por tal tipo de fechoría debía justificar dentro de 12 horas por qué había merecido los golpes y aquél que había golpeado debía firmar un documento y llevárselo a Schäfer (Vedder 2005, Pág. 57).” (Friedrich Paul Heller (2006: 60)).
24. Muchas veces eran los mismos niños “ayudantes de Schäfer” los llamados a aplicar castigos de extrema violencia física y psicológica a niñas y niños “transgresores”.
25. Véase Herman Schwember (2009: 126-131).
27. No solo el sexo estaba prohibido para la mayoría de los colonos en la colonia sino también las conversaciones de carácter privado entre sus habitantes. “Schäfer estableció tres reglas básicas de convivencia. Primero, todo debía ser dicho en público, durante las asambleas o prédicas. Segundo, nada debía decirse en privado, por lo cual estaba prohibido conversar durante el trabajo o las comidas. Tercero, si se sorprendía a dos colonos conversando de forma privada, se castigaba tanto al que hablaba como al que escuchaba.” (Salinas y Stange (2005: 60)).
28. Entre los antecedentes recogidos por el fallo judicial (sentencia de primera instancia) dictado en abril del 2014 por el ministro en visita Jorge Zepeda por el “episiodio “Asociación Ilícita ex Colonia Dignidad”, se encuentra un Informe del Bundestag Alemán “el que, en lo atinente, refiere que las condiciones de vida en la “Colonia Dignidad”, suponen una violación de los derechos humanos fundamentales. Precisándose que, tanto las Naciones Unidas como Amnistía Internacional vienen formulando, desde hace más de veinte años, graves acusaciones sobre la base de declaraciones testificales fidedignas, según las cuales, entre otras cosas, en la “Colonia Dignidad” imperan condiciones inhumanas (muertes no aclaradas, abusos sexuales, torturas con electrochoque, administración de psicofármacos hasta la destrucción psíquica y física, todo ello bajo una vigilancia total).Añade el informe en lo pertinente, que, según testimonios veraces de diversos testigos, durante la dictadura de Pinochet la “Colonia Dignidad” fue utilizada como centro de detención e interrogatorio de la DINA, en el cual fueron torturados opositores al régimen. El rastro de numerosos presos políticos se pierde en la “Colonia Dignidad”. Y precisa que estos hechos fueron recientemente corroborados por Osvaldo Enrique Romo Mena, ex agente de la DINA.Señala el informe que es público y notorio que en tiempos de la dictadura militar la “Colonia” fue equipada con refugios subterráneos, centrales de mando y un completo sistema secreto de alerta;” (14).
29. Declaración pública de los colonos (2006).
30. Declaración pública de los colonos (2006).
31. Fallo judicial (2014: 11-12). Las negritas son mías.
32. “Desde que nos liberamos de la dominación de Paul Schäfer, hemos comprendido que nuestra comunidad vivió su fe religiosa como secta hermética, que aceptó la trasformación de la personalidad de sus miembros, con la consecuente incapacidad de tomar decisiones propias, contrarias a los designios de aquel que se erigió como único líder.” (Declaración publica de los colonos (2006)).
33. “Como hechos que considerábamos rumores o calumnias resultaron ser verdaderos, creemos que ha llegado el momento de dialogar sinceramente con el mundo que nos rodea, principalmente en Chile y en Alemania, y buscar los caminos para asumir nuestras responsabilidades y trabajar por el perdón de aquellos a quienes hemos dañado u ofendido.” (Declaración pública de los colonos (2006)).
34. “En mayo de 1994, un grupo de personalidades del mundo civil y empresarial chileno envió una carta al Presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle, para defender públicamente a los colonos de Dignidad, quienes según los firmantes de la misiva, «no han hecho otra cosa que trabajar en forma incansable, con una dedicación y eficiencia que poco se da en nuestro país». «Esto, lejos de producir rechazo debería suscitar lo contrario, es decir aprecio para quienes consagran sus vidas a nobles ideales constituyendo verdaderos ejemplos para la comunidad nacional», agrega la carta.” (Salinas y Stange (2005: 218).En el Prólogo del libro de Friedrich Paul Heller, “Pantalones de cuero, moños… y metralletas”, el entonces Senador por la zona Jaime Naranjo escribe: “La Sociedad Benefactora y Educacional Dignidad es, a mi juicio, la mayor organización ilícita criminal que ha existido en nuestro país. En efecto, nunca en Chile una sola organización había cometido tal variedad de delitos: tenencia de material de guerra, formación de grupos paramilitares, sustracción y abuso de menores, evasión tributaria, violaciones a las Leyes Laborales, trabajo esclavo y crímenes de lesa humanidad, como la tortura, desaparición y ejecución de personas.” (9).
35. A pesar de haberse unido a Schäfer y trasladado a Chile, todos, o casi todos, excepto niñas y niños, por propia voluntad, a los colonos no se les permitía abandonar la colonia cuando lo desearan. El cerco electrificado que la rodeaba, cámaras de vigilancia y sensores de movimiento, fueron parte de los mecanismos instalados para impedir, no sólo el ingreso de intrusos del exterior, sino sobre todo las fugas desde el interior. Este encierro que, sin embargo, no fue al parecer cuestionado ni desafiado por la gran mayoría de los colonos, se veía intensificado también por otras formas de aislamiento: “(…) durante las primeras cuatro décadas de casi total encierro, los miembros de la comunidad sólo pudieron conocer a los campesinos y a sus familias que llegaban al hospital, a los niños de las mismas familias que eran enviados a las jornadas de recreación, y a los pocos trabajadores con escasas calificaciones que eran contratados para faenas agrícolas y otros servicios menores. Durante todo ese período se hablaba exclusivamente alemán, la comunidad no disponía ni de prensa escrita ni de radio ni televisión. Ni siquiera eran libres de recibir correspondencia de sus familias en Alemania.” (Schwember (2009: 92)).
36. “Reconocimos entonces que las inclinaciones perversas están muy difundidas; y dado ese hecho, se nos impuso este punto de vista: la disposición a las perversiones es la disposición originaria y universal de la pulsión sexual de los seres humanos, y a partir de ella, a consecuencia de alteraciones orgánicas e inhibiciones psíquicas, se desarrolla en el curso de la maduración la conducta sexual normal. Alentamos entonces la esperanza de descubrir en la niñez esa disposición originaria; entre los poderes que circunscriben la orientación de la pulsión sexual, destacamos la vergüenza, el asco, la compasión y las construcciones sociales de la moral y la autoridad. Así, en todo cuanto constituye una aberración fijada respecto de la vida sexual normal, no pudimos menos que discernir una cuota de inhibición del desarrollo del infantilismo.” (Sigmund Freud (1992c: 211)).
37. Citado en Salinas y Stange (2005: 73).
38. Citado en Salinas y Stange (2005: 72).
39. (Declaración pública de colonos (2006)).
40. Cabría recordar aquí a Fanon: “La naturaleza hostil, reacia, profundamente rebelde está representada efectivamente en las colonias por la selva, los mosquitos, los indígenas y las fiebres. La colonización tiene éxito cuando toda esa naturaleza indócil es por fin domeñada. Ferrocarriles a través de la selva, desecación de los pantanos, inexistencia política y económica de la población autóctona son en realidad una y la misma cosa.” (Frantz Fanon (2001: 229)).Refiriéndose a las relaciones entre colonos y chilenos Schwember dice: “La inmensa mayoría de los miembros de la comunidad permanecieron durante décadas sin ningún interés real ni información sobre el país que habitaban. El estereotipo de los chilenos como flojos, sucios, borrachos y ladrones fue explicación suficiente para la gran mayoría, y para muchos sigue siéndolo”. (92).
41. Una idea parcial de estos vínculos la proporciona en su libro La conjura. Los mil y un días del golpe, la periodista Mónica González cuando señala que durante la dictadura tanto Schäfer como la colonia contaron “con la protección del Ejército chileno que usó esas instalaciones para secuestrar y torturar a detenidos; para fabricar armas químicas, y también para fabricar y traficar armas de distinto tipo, parte de las cuales fueron encontradas en 2005 en búnkers construidos bajo los campos de la colonia.” (154-155).
42. Sería necesario, evidentemente, preguntar aquí también por la posibilidad efectiva de reconocer algo así como una “comunidad chilena”. ¿Cuál sería, dónde y cómo se constituiría, de haberla, de poder haberla, esa comunidad? ¿Qué tipo de comunidad sería la que nombra, la que podría llegar a nombrar el nombre de un estado-nación?
Obras citadas
- Benjamin, Walter (2009). La dialéctica en suspenso. Traducción de Pablo Oyarzún Robles. Lom Editores, Santiago de Chile.
- Bennett, David (2011). “Sexual Revolutions. Towards a Brief History, From the Fall of Man to the Present” en Sexual Revolutions. Psychoanalysis, History and the Father. Ed. Gottfied Heuer. New York: Routledge.
- Derrida, Jacques (1997). Mal de archivo. Trad. Paco Vidarte. Trotta, Madrid.
- Fanon, Frantz (2001). Los condenados de la tierra. Trad. Julieta Campos. México, D.F.: Fondo de cultura económica.
- Freud, Sigmund (1992a). “El malestar en la cultura”. Obras completas (Vol. 21). Traducción de José Luis Etcheverry. Amorrortu, Buenos Aires.
- Freud, Sigmund (1992b). “Más allá del principio de placer”. Obras completas (Vol. 18). Trad. José Luis Etcheverry. Amorrortu, Buenos Aires.
- Freud, Sigmund (1992c). “Tres ensayos de teoría sexual”. Obras completas (Vol. 7). Trad. José Luis Etcheverry. Amorrortu, Buenos Aires.
- González, Mónica (2013). La conjura. Los mil y un días del golpe. Santiago de Chile: Catalonia/UDP.
- Heller, Friedrich Paul (2006). Pantalones de cuero, moños… y metralletas. El trasfondo de Colonia Dignidad. Trad. Mariella Albrecht y Mauel Ossa. Santiago de Chile: CESOC.
- Roudinesco, Élisabeth (2009). Nuestro lado oscuro. Una historia de los perversos. Trad. Rosa Alapont. Anagrama, Barcelona.
- Salinas R., Claudio y Stange, Hans (2005). Los amigos del “Dr.” Schäfer. Random House Mondadori, Santiago de Chile.
- Schwember, Herman (2009). Delirios e indignidad. El estéril mundo de Paul Schäfer. J.C. Sáez Editor, Santiago de Chile.
- Otros documentos:
- Declaración pública [de los colonos de Villa Baviera, 2006] “A nuestros conciudadanos en Chile y en Alemania”. Consultado en: http://piensachile.com/2006/04/carta-enviada-por-la-comunidad-de-villa-baviera-a-la-opinion-publica/
- Fallo Judicial (sentencia de primera instancia), dictado por don Jorge Zepeda Arancibia. Ministro Instructor. Santiago, nueve de abril de dos mil catorce. Causa rol Nº 2182-98, episodio “Asociación Ilícita ex Colonia Dignidad”. Consultado en línea el 9 de octubre 2014 en: http://www.cooperativa.cl/noticias/site/artic/20140423/asocfile/20140423152105/sentencia_asociacion_ilicita_colonia_dignidad.pdf